viernes, 27 de noviembre de 2009

41- Tiempos Interesantes.


–Participación del cien por cien de los convocados. Votos totales, quinientos veintisiete.
Me había sido concedido el honor de hacer públicos los resultados de la votación. Había practicado mi cara de póquer durante horas para que nadie descubriera mi postura, y, vistos los resultados, parecía surtir efecto.
–De los cuales hay: cero abstenciones, doscientos sesenta y un votos a favor, y doscientos sesenta y seis votos en contra. El fallo es por lo tanto negativo, aunque se concede la posibilidad de repetir la propuesta el año próximo debido a que ninguna de las posturas ha obtenido el sesenta por ciento de los votos. Esto es todo en lo referente al primer sufragio sobre la propuesta acerca de la instauración de una sede provincial en Girona. Muchas gracias.


–Me alegro del resultado, pero puede haber problemas.
David estaba echado sobre mí en el sofá de la suite, mientras veíamos El Gran Dictador (en versión original, por supuesto). Tenía su brazo derecho estirado, en el que tenía una herida de la que Elendil lamía.
–¿Por qué dices eso?
–Si tus amigos no hubieran votado, el resultado habría sido positivo. Los provincianos ven con buenos ojos el voto de los líderes, de los protecti e incluso de los secretarios de cada líder, pero les parece deleznable que los apátridas puedan intervenir en las decisiones gubernamentales.
–¿Siempre es así de tensa la política aquí?
–La verdad es que llegas en tiempos interesantes. Durante el último lustro se han sucedido disturbios en el sur de la península, cambios. Incluso algunos de la raza de los africanos, que por naturaleza tienden a ser apátridas, han alcanzado cargos importantes en administraciones provincianas, como en Sevilla o Murcia, y acuden a las reuniones del Consejo, algo que los mediterráneos no ven con buenos ojos.
–¿Por qué?
–Diferencias radicales en la forma de ser y actuar, demasiadas, diría yo. Los africanos son la raza conocida más tosca, la mediterránea, junto a la nórdica y la asiática, una de las más refinadas en lo que al aspecto físico se refiere. El africano intimida a sus rivales, el mediterráneo prefiere el subterfugio. La caza del africano es violenta y rápida, la del mediterráneo es seductora, lenta y cruel.
–Ya veo. Mientras unos se abalanzan sobre la presa, a los otros la presa viene a buscarlos. Los mediterráneos parecen más sociales y sedentarios, los africanos, nómadas y lacónicos. Ya me he percatado en algunas sesiones. El vicesecretario de Murcia parece Menelao cuando habla. Oye, ¿no te duele?
–¿Qué? ¡Ah! Elendil, no. En realidad sirvo sobre todo para ser mordido. Soy un depósito de sangre para emergencias, aunque los vampiros prefieren a los humanos, nuestra sangre sabe a rayos. No me duele en absoluto.
–Sólo por curiosidad. ¿Qué me ocurriría si bebiera de ti?
–Si tuvieras sed te la calmaría un poco. Nada más.
–¿Nada?
–Como beber agua caliente y salada con sabor a monedas. No notarías la diferencia.
–Vaya, pensé que me transformaría en una niña o algo así.
No dejamos de comentar la obra maestra del año cuarenta y uno, de fascinarnos con sus detalles, el progreso del humor inteligente y absurdo en el comienzo al intenso dramatismo en la segunda mitad, la escena genialmente creada del baile de Hinkel con el globo terráqueo, augur de su fin, y el discurso final, el más vibrante de cuantos he escuchado en un filme, pronunciado desde el corazón por el propio Chaplin.


–David.
–Dime cariño.
–Sólo faltan ocho noches para mi partida.
–Recuerda que siempre tendrás una habitación de lujo en Toledo con un niño que esperará servirte con ilusión.
–No quiero irme. –Sentí cómo una lágrima recorría mi mejilla–. Este lugar es maravilloso, la comida, la mejor que he probado en mi vida, la biblioteca, más grande y completa de lo que nunca pude imaginar. Y tú eres maravilloso. David yo… quiero hacerlo contigo.
–¿Cómo?
–Eres increíble y no sé cómo explicar lo que siento, pero aunque sea compañera de Sole y la ame, no soy un vampiro. Soy humana y tengo debilidades de humana. No sé si estoy enamorada de ti, pero te quiero con locura, y quiero que me quites la virginidad.
–Sabes que no puedo. Se la debes a tu compañera y es a ella a quien se la entregarás. Si de verdad quieres hacerlo conmigo, vuelve a decírmelo cuando la pierdas. Pero sabes que eso no te lo puedo conceder. Te arrepentirías. Y Soledad me mataría.
Me dolió. Pero lo entendí, tenía razón. Lo comencé a besar despacio, con ternura, al tiempo que lo desnudaba muy despacio. Repetimos lo mismo que la primera noche de mi llegada, pero esta vez yo quería hacerle gozar a él. Nos masturbamos, bebimos de nuestras bocas y del sabor de nuestros cuerpos ardientes.
Estaba tan excitada como cuando maté a aquel explorador. Quería a David. Quería sentirlo mío, notarlo dentro de mí. Y me aproveché de mi poder.
Lo tendí sobre el sofá hacia arriba, con mi energía lo inmovilicé por completo y me puse sobre él. Eché mi cuerpo hacia atrás, hasta notar su pene caliente y erecto entre mis glúteos. Lo hice entrar de golpe.
Mi grito de dolor fue desgarrador, pero no me detuve. Al principio me pidió una y otra vez que parara, pero lo ignoré, no dejé de moverme, de sentirlo al fin mío, cada vez más dentro de mí. Mis gritos de placer y dolor inundaban la habitación. Lamentaba de todo corazón que la suite estaba insonorizada, yo quería que me oyeran gozar, que mis alaridos llegaran a oídos de mis amigos, que traspasaran los gruesos muros e interrumpieran las conversaciones de los que trapicheaban con la política en la planta superior.
Puede que al principio lo violara, no lo sé y no me arrepiento, pero dejé de inmovilizarlo tan pronto como detuvo su resistencia. Llegué al orgasmo una sola vez, pero fue brutal. Mi excitación estalló al sentir cómo se descargaba dentro de mí, al tiempo que mis oídos pudieron disfrutar de su jadeo de placer. Ahogué mi grito con los dientes clavados en su brazo, lo herí, el sabor metálico que antes me había descrito bañó toda mi boca.
David me llevó a la cama entre sus brazos cuando estaba ya a punto de dormirme. Lamí la sangre que había quedado fuera de su herida, ya cicatrizada, y dormí acurrucada en él. Volvimos a repetirlo cada noche hasta que me fui, todo, incluso beber su sangre, era una forma de sentirlo dentro de mí, de saberlo mío. A veces lo besaba con mi boca llena de su sangre, y compartíamos su intenso néctar tras compartir nuestros cuerpos.
Ya no me cabía duda, también amaba a David.

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