lunes, 19 de octubre de 2009

30- Papá



Estaba ya mi llanto a punto de ser vencido por el sueño cuando noté que alguien levantaba mis sábanas. Andreu había entrado sin que lo oyera y estaba a mi lado, acostado en la camilla. Me abrazó y yo me ovillé para que sus brazos y su cuerpo me cobijaran mejor. Mis lágrimas volvieron a brotar, pero esta vez de una forma serena, aunque triste, en lugar de la tormenta de lágrimas que había derramado hacía unos momentos.
–¿Te ha dicho cuándo voy a comenzar a sentir achaques?
–Dentro de unos seis meses comenzarás a notar cómo mueres. Será lento, hija. Pero aún no hay nada claro.
–Medio año... me sobra tiempo.
–¿Para qué?
–Para rescatar a Sole.
–¿Aún piensas seguir con esto?
–Ahora que sé que de todos modos moriré pronto, ¿qué me importa la causa? Asumo con más determinación que antes todos los riesgos de la operación. Ya no temo lo que Gabrielle pueda hacerme.
–La necesitas de verdad, ¿no?
–Más que el aire que respiro. Es mi único motivo para vivir.
–No puedo negarte más tu derecho a decidir si participar o no. No en estas condiciones. Muere como prefieras.
–Andreu.
–Dime cielo.
–Debemos decírselo a Fernando, pero ni Irene ni Amalia pueden enterarse de este asunto.
–¿Por qué a Fernando sí?
–Necesitará saber por qué estoy dispuesta a dar mi vida.
–Recuerda que aún tienes posibilidades. Con quimioterapia...
–¡No pienso sufrirla en absoluto!
–¿Por qué no?
–Antes muerta. A fin y al cabo no me salvará. No firmaré ninguna autorización ni me dejaré tocar por los médicos. Sólo obtendría una agonía más larga e intensa.
–Sabes que si mueres, pese a que rescatemos a Soledad, se suicidará.
–No tiene por qué. Fíjate en Amalia.
–Soledad no tiene la fuerza de Amalia. Ella se matará. De hecho no conozco a ningún vampiro salvo Amalia que no se haya suicidado tras perder a su segundo compañero.
Eso me cogió por sorpresa. ¡Amalia había perdido ya a dos compañeros! Andreu debió sentir mis cambios cardíacos, pues me dio explicaciones pese a que no se las pedí:
–El primer compañero de Amalia fue también su creador. Se llamaba Gorka, y se amaron de verdad, no como Irene y Fernando. Murió durante el bombardeo de Guernica. En esos tres años de guerra nos dimos cuenta de que los humanos podían acabar con nosotros con más facilidad de la que creíamos gracias a las nuevas tecnologías, y el secreto se guarda de una forma mucho más estricta.
–¿Cómo puede seguir adelante después de perder a dos compañeros?
–Bueno, la verdad es que cuando murió Manuel trató de suicidarse, pero no se lo permitimos. Primero nos pidió que la matáramos nosotros mismos, y cuando nos negamos decidió salir a tomar el sol. Cada día teníamos que buscarla, y la encontrábamos inconsciente en algún claro del bosque.
»Una vez decidió salir por la noche, y avanzar demasiado como para que pudiéramos salvarla. Fue una noche de Luna llena. –Ese dato alertó todos mis sentidos–. Sin embargo, antes de que los fuegos fatuos del día imprimieran las siluetas de los árboles en la tierra, volvió por su propio pie, eufórica, parecía haber enloquecido. Repetía una y otra vez que las ninfas existían, que había visto a una náyade hermosa, completamente desnuda, bailar sobre las aguas del río, que huyó nada más percatarse de su presencia. Intentó seguirla, pero voló sobre el agua y desapareció sin más en las profundidades.
Comencé a reír con su relato, al recordar el absurdo miedo del momento y la cara de idiota que tenía cuando la vi por primera vez, con los ojos fuera de las órbitas y la boca abierta. Andreu continuó su narración con un tono más alegre en la voz, al ver que había conseguido levantarme los ánimos:
–A partir de aquel momento cesaron sus intentos de suicidio. Cambió sus salidas diarias por excursiones nocturnas para encontrar a la ninfa del río y conocerla en persona.
»Creo que por eso te quiere tanto. Tú le devolviste las ganas de vivir, y recuerdo que cuando te vio en casa sonrió como no lo había hecho desde que perdimos a Manuel. No me cabe duda: Sin pretenderlo, salvaste la vida de Amalia.
–Jamás creí que fuera tan importante para ella. Espero que encuentre a su compañero definitivo pronto. Me gustaría verla de enamorada de nuevo antes de morir.
–Por favor, deja la muerte en paz por hoy.
–Está bien. Por cierto, ¿para cuándo han dicho que tenían los resultados oficiales?
–El doctor Prats dijo que en diez días. Pero López me llamará en seis.
–¿Ayer fue Llena de agosto?
–Así fue.
–Bien, entonces para el miércoles dieciséis. A sólo diez días de mi cumpleaños.
–¡Ah! Ahora que has sacado el tema del calendario. He telefoneado a Manto.
–¿Seremos invitados o parias?
–Ha comenzado a reír y cantar de alegría. Seremos invitados de honor. Le he explicado nuestro problema.
–¿Y bien?
–Me ha dicho que Sole pertenece a Gabrielle, y que por tanto no puede hacer nada. Sin embargo ha insinuado que se puede matar a otro vampiro fuera de los límites provincianos, siempre y cuando el vampiro haya salido por voluntad propia. Es decir, está de tu lado pero no puede intervenir. Sin embargo sí puede tratar de poner trabas a la permanencia de Gabrielle y su clan en Barcelona.
–¿Cómo?
–Si declaras ante el Consejo que fuiste atacada por neófitos de Gabrielle podría ser condenada al exilio. Entonces podríamos atraparla sin romper las reglas.
–No me parece buena idea, y creo que a Fernando tampoco se lo parecerá.
–¿Por qué?
–Si declaro también tendré que confesar por qué sobreviví, y debo mantener mi poder en secreto hasta que Gabrielle sea derrotada. Si descubre que soy un arma de destrucción masiva preparará un contingente lo suficientemente fuerte como para matarme, o lo que es peor, para transformarme y ponerme en su bando. No, en ningún caso puedo declarar, habrá que sacarla de la provincia de otro modo.
–Supongo que sí. Una cosa más: Manto quiere recibirnos en persona y con toda atención, pero el primer día de Consejo la mansión estará atiborrada de vampiros y tendrá demasiadas cosas que hacer, por lo que me ha pedido que vayamos la noche anterior.
–Miércoles seis, ¿no?
–Sí. Veo que te empiezas a acostumbrar a manejar ambos calendarios al mismo tiempo.
–No es tan difícil.
–A ver, ¿qué noche es hoy?
–Una de la undécima Llena del año quinientos veintidós.
–También has aprendido el año de la Paz.
–Sí, una simple regla mnemotécnica: Fin de la reconquista menos ocho. Pero cuando llegue a casa le daré otro repaso a tus apuntes por si se me escapa algún dato.
–No te sobreesfuerces, la mayoría de vampiros que no pisan el Consejo no conocen nada acerca de las Guerras Provincianas.
–También... –bostecé–, tengo que comprarme vestidos...
–Cielo, es muy tarde. Descansa ya. Continuaremos mañana.
Me abrazó con más fuerza, y qué extraño, pese a que sabía que estaba helado, sentía su calor en mi cuerpo.
Bona nit, pare.
Dolços somnis... filla.
Fue extraño. Estábamos solos y no teníamos que fingir que éramos padre e hija. Sin embargo no pude evitar tratarlo como si fuera mi padre en realidad. De hecho, a mi padre biológico nunca lo llamé papá, ni padre, ni pare, nada parecido, sino sólo por su nombre, al principio, hasta que dejé de hablar con él.

Desperté a las seis de la mañana siguiente. La enfermera hizo unas últimas comprobaciones rutinarias antes de quitarme la horrible intravenosa y le dio a mi “padre” unos documentos a firmar para poder darme el alta. Ya pasaban las siete de la mañana cuando nos despedimos de López en el aparcamiento subterráneo donde habíamos dejado el coche con cristales tintados que Fernando y yo nos encargamos de tomar prestado. López bajó tan elegante como la noche anterior, con una pequeña nevera portátil en la mano. Se la atendió a Andreu y le explicó:
–Iréis hasta las cercanías de Olot, ¿verdad? Hay casi una hora de camino y es pleno agosto, te vendrá bien echar un trago por el camino, amigo. Y recordad, os llamaré la última para el cuarto menguante y os daré los resultados oficiales. Madame Níobe, un honor.
–El honor es mío López. Se lo compensaré en la medida que me sea posible.
–Lo sé, aunque no es eso lo que me interesa. Pero ¡vamos! Será mejor que no os demoréis o Andreu puede pasarlo realmente mal.
–Tiene razón cielo. López, nos veremos en la Primera Llena. Mil gracias.
Bon voyage, chicos.
Fins aviat, señor López, –dije.
Esperé a que se marchara por la puerta de la clínica para abrir el León rojo de cristales tintados con una mirada.
Me senté en la butaca del conductor, abrí mi macuto y saqué unos guantes que me había prestado Amalia para la ocasión. Giré el interruptor que Fernando le había instalado al coche bajo el volante y arrancó sin problemas.
Andreu estaba ya sentado atrás con la nevera junto a él. Se había puesto una chaqueta, unos guantes y se había cubierto con una manta negra.
–Ya sabes, avisa si vienen radares o controles. ¿Estás listo, E.T.?
–Sí, graciosa.
Salimos del aparcamiento y el Sol de agosto golpeó mis ojos.
–Andreu, las gafas.
Me pasó al punto desde debajo de la manta unas gafas de sol especiales para nieve que él mismo había tenido que comprarme, pues a causa de mis ojos, demasiado claros y de llevar excesivo tiempo sin ver la luz del día, las calles se habían convertido para mí en un mundo de sombras doradas a las que mis ojos tardaban demasiado en acostumbrarse.
–Conduces bastante bien para ser menor de edad y no tener carné.
–Y pese a llevar los pies cruzados sobre el asiento, –añadí–. Pero tengo bastante práctica.
–Tengo la leve intuición de que tú no has sido precisamente un angelito últimamente.
–La verdad es que aprendí a conducir con Sole, después de leer un manual. Le cogí prestada a mi viejo la llave de su Berlingo e hice un grabado de su perfil con un lápiz y una hoja de papel. Como puedes imaginar, lo abrí sin problemas, pero al contrario que Fernando no hice ningún puente, mi método fue más sofisticado.
»Me concentré en la anchura de la rendija y en el perfil de la llave, y traté de darle la forma y la consistencia adecuadas a mi energía. Tardé casi media hora en conseguir que el coche arrancara. La verdad es que es más sencilla la técnica del puente, le pediré a Fer que me la enseñe.
–No tenéis remedio. Sois un par de rateros de medio pelo.
–Eh, no hemos robado este coche, sólo lo hemos tomado prestado. Cuando lleguemos a un camino cercano a casa lo dejaremos abandonado. Que la policía se ocupe de devolvérselo a su dueño. Por cierto, ¿te encargarás de borrar todas mis huellas cuando nos vayamos?
–Dalo por hecho. Quitaré hasta el último pelo y la menor huella dactilar. Aunque no creo que sea necesario si tenemos en cuenta que vas a devolver el coche, y sobre todo que sigues muerta para los humanos. ¡Derecha!
–De acuerdo. ¿Muy lejos?
–No han llegado a verte, pero acelera por si acaso.
La verdad es que aceleré bastante, pues en menos de tres cuartos de hora fui de Girona hasta las afueras de Olot, donde buscamos un viejo camino para limpiar y abandonar el coche. Me puse la crema protectora de farmacia antes e salir –acción que por otra parte consideré ya inútil–, recogí mi macuto y la mochila donde Andreu había traído la ropa que llevaba puesta. Tomé también la nevera con las muestras y contemplé el cielo: estaba un tanto nublado, pero en ningún caso amenazaba lluvia.
–Ya está. Todo limpio.
–¿Estás bien?
–Un poco fatigado, pero bien.
–Toma la nevera y bebe un poco.
Era extraño que Andreu me obedeciera, pero esta vez lo hizo. Parecía agotado de verdad. Bebió el medio litro de la bolsa de sangre en un sólo trago. Suspiró después y me miró con sus ojos preocupados:
–Aún me incomoda que me veas beber. Podría afectarte más de lo que crees.
–¿Te he contado alguna vez que lo primero que hacía Sole nada más terminar de beber era besarme? Más de una vez he acabado yo también con la boca llena de sangre, –respondí con naturalidad mientras comenzaba a caminar.
–¿Lo dices en serio?
–Tranquilo, la sangre no era mía. ¿Vamos o esperamos a que se haga mediodía?
–Vamos.
Corrió y yo volé hacia casa, pero esta vez no me puse tapones, ni más gafas que las de sol, pues Andreu estaba bastante cansado y su velocidad era más que lenta. Perdió energías poco a poco, y le propuse una nueva parada para tomar el otro medio litro que le había dado López. Lo bebió y continuamos, pero no por mucho tiempo, pues pronto comenzó a tambalearse en su carrera. Bajé entre los árboles y volé a su lado, por lo que pudiera pasar. Apenas quedaba un kilómetro para llegar a casa cuando tropezó. No llegó a caer, lo agarré en el último instante.
–Abrázame fuerte, –le dije.
Él me obedeció casi inconsciente y yo lo agarré con fuerza.
Volví a levantar el vuelo, esta vez con él en mis brazos. Cuando llegué a casa él estaba casi completamente inconsciente y su piel se comenzaba a cuartear. Era extraño. Cualquier otro vampiro habría aprovechado la situación para beber de mí y sobrevivir, pero en él parecía que prefería morir a hacerme algún daño.
Golpeé la puerta con rapidez y energía, y Amalia la abrió al instante. Entré con Andreu en mis brazos y lo dejé tendido sobre el sofá. Fernando e Irene salieron del despacho, él sin camisa y ella con la camisa de él, alarmados por la velocidad de mis latidos.
–¿Qué le ha pasado? –Preguntó Irene alarmada.
–Lo mismo que te ocurrió a ti, pero con más intensidad.
–No queda sangre. ¡Mierda! –Dijo Amalia–. Le di la última bolsa a Elendil.
–Te dije que lo llevaras a las granjas, perezosa.
–Iré a buscar un gato, un conejo, ¡o lo que sea! –Exclamó Fernando.
–No pienso dejar que te debilites tú también, –espeté–. ¿Cenasteis bien anoche?
Todos asintieron.
Me arrodillé junto a Andreu y le pasé la mano sobre su cara, ahora llena de arrugas. Pegué mi pecho a su costado para que lo alertaran los latidos de mi corazón, y puse mi cuello sobre su boca.
–Cielo, no...
–Amalia, se detendrá. Lo sé. Bebe. –Noté como sus labios apenas se movían en mi cuello–. ¡Bebe!
Esta vez me obedeció casi inconsciente.
Con sus últimas fuerzas clavó sus colmillos superiores en mi yugular y comenzó a beber muy despacio. Sentía como si tuviera clavadas dos anchas agujas en el cuello, y no puede contener un gemido de dolor cuando me mordió. Sin embargo una vez me hubo mordido, no sentí incomodidad, sino todo lo contrario. Lo abracé con fuerza y le hundí la herida de mi cuello en la boca para que no desperdiciara ni una gota. Notaba cómo una sensación de bienestar y tranquilidad invadía todo mi cuerpo.
Habría pasado así siempre, hasta que me vaciara por completo. Yo no me retiré, pero él sí paró. Noté cómo sus colmillos salían de mi piel y su lengua acariciaba las heridas para limpiarlas de sangre. Volví a jadear, pero esta vez no fue de dolor. Un escalofrío de placer me recorrió toda la columna vertebral con las caricias de su lengua.
Movió la cabeza y yo me levanté, bastante mareada, aunque cómoda. Su piel había vuelto a ser lo que era, tenía el cuerpo tibio por mi sangre y las arrugas habían desaparecido de su cara. Me miró con cariño y me acarició la cara y el pelo, yo le devolví la mirada sin dejar de abrazarle con fuerza, en parte por mi cariño hacia él, en parte para no caer a causa el mareo.
–Apestas a radio, –susurró con una sonrisa serena en la cara, justo antes de quedar dormido.
Caí abatida sobre su pecho, desfallecida, agotada por la tensión. Amalia me ayudó a levantarme y me eché en el sofá más cercano. Me dio conversación para que no cerrara los ojos mientras Fernando me traía un zumo e Irene me preparaba una sopa. Después de comer lo que pude me dormí allí mismo, en el regazo de Amalia.

Ahora, después de todo lo vivido, pienso que se puede amar a varias personas, y que hay varios tipos de amor. Aquel día no dudé un instante de que lo que había hecho por Andreu era un acto de amor. Podría haberlo dejado sufrir hasta la caída de la noche, cuando despertara y pudiera cazar algunas alimañas antes de saciarse con alguien, pero no podía permitirme a mí misma que padeciera un instante más.
Desde aquel momento sentí que amaba a Andreu, aunque no como compañero, del modo que amaba a Sole. Fue entonces, sólo entonces, cuando entendí lo que Irene sentía por Fernando.

No hay comentarios: