De pequeña, cuando jugaba a las canicas, siempre ganaba. Era como si un dedo invisible arrastrara las canicas allá donde yo quería que fueran. Y así era. Quizá por eso nadie quería jugar conmigo desde niña. Aprendí a jugar a las canicas en aquella pequeña y deslustrada guardería de Olot, con no más tres años, el día que empezó todo. Pero me estoy adelantando demasiado. Perdonad mi falta de educación; mi nombre es Níobe…
lunes, 13 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario