viernes, 6 de noviembre de 2009

35- Níobe



En aquel momento mi lógica incansable trató de concebir aquello como una inesperada coincidencia. De acuerdo, me llamo igual que la madre de los primeros vampiros que han habitado la península pero, ¿y eso qué? Se lo dije a Manto, me respondió que él estaba de acuerdo conmigo, pero que había algo que le hacía dudar: la profecía.
–¡Gabrielle y Andreu son hermanos!
–Irene, creo que no es eso lo que quiere que veamos.
La vampiresa Níobe creó un total de catorce vástagos. Manto, su compañero, el más joven de entre ellos. Cada uno de sus vástagos crió otros vampiros, y ellos a su vez tantos más. Pero en el año ochenta antes de la Paz los conflictos territoriales de una península sin organizar ni distribuir pasaron de las encarnizadas discusiones en la corte de Toledo a las cruentas batallas entre hermanos. Manto y su clan, ya numeroso, también participó para proteger sus privilegios como Tutor Maximus y líder de la provincia toledana.
–Níobe vio cómo sus hijos, enfrentados entre ellos por ansias de poder, caían uno tras otro. No lo pudo soportar. Yo era ya el único descendiente directo de Níobe que quedaba vivo cuando, en los últimos años de la Guerra, enloqueció. En su ira se dirigió al campo de batalla y acabó con la vida de la mitad de los vampiros que allí había, tanto de uno como de otro bando. Luego volvió a la corte y me ordenó abandonar la guerra. Yo estaba cansado de ver morir a los vampiros de mi estirpe, y le obedecí.
»–Reúne a todas las partes y crea un sistema que beneficie a todos por igual. Yo me voy.
»–¿Dónde?
»No dijo nada, sólo me besó. Supe que se trataba de un beso de despedida. Luego se dirigió al pasillo, dispuesta a marcharse para siempre. Yo la seguí y le imploré ayuda para lograr la paz.
»–Esta guerra la terminarás tú.
»–¿Significa que habrá venideras?
»Su respuesta fue lo que hoy se conoce como la Profecía. Se giró hacia mí, y ante todos los presentes en la corte emitió dos únicas oraciones en su tosco latín. Sus ojos estaban desencajados, sus manos y boca aún manchadas de sangre por la carnicería de la batalla. Luego se marchó.
–¿Y cuál es la profecía? –Pregunté.
Manto se levantó, se acercó a una de las estanterías y tomó un rollo de papel reciente.
–La transcribo de nuevo con frecuencia, pero es la siguiente.
Abrió el rollo y lo puso sobre la mesa. Lo extendimos y leímos las dos frases. Eran como Manto nos las había prometido: claras, prosaicas, aunque con un toque oculto:
“PRIMA PROTECTA QVOQUE POSTREMA ERIT, QVAE, CVM IPSO PRIMAE MATRIS NOMINE, DRACONIGENA RESVRRECTAQUE MATREM IN HESPERIAM REMITTET.
TVM, VIRIBVS IVNCTIS, MATER SURCVLI FILIAQVUE PACEM NOVAM SECVM TRAHENT.”
–¿Entendéis su significado?
–Entiendo el quoque, nada más, –respondió Irene.
–Yo puedo intentarlo, –intervine con la boca llena de arroz–. Veamos, dice algo así como “Una primera protegida” o prima protecta si se refiere a ello, “será también la última, la que, con el mismo nombre de la primera madre,” –comencé a no creer lo que leía–, draconigena. ¿Nacida de un dragón?
–Es una palabra muy controvertida. Literalmente significa eso, pero hemos intentado darle otros significados: la ciudad engendrada por un dragón, Tebas, nos hizo pensar que sería tebana. También creíamos que sería hija de un tal Draco, Dracón o Draconio, pero ninguna de esas soluciones me agrada.
–¡Un momento! –Interrumpió Irene–. Níobe, naciste el veintiséis de agosto, ¿verdad?
–Sí, ¿por qué?
–Veintiséis de agosto de mil novecientos ochenta y ocho. ¡Eres draconígena! –La miramos confusos. Irene tiene la cualidad de parecer estúpida a cotas cuyo alcance requiere arduo esfuerzo, pero no lo es en absoluto–. ¿Conoces el calendario chino?
Di un respingo de asombro. ¡Irene había sido más rápida que yo en algo! ¡Acababa de resolver la maldita palabrota!
–Irene, es verdad. ¡Nací el año chino del dragón! Por ahora me describe al detalle. No puedo creer que esto sea cierto, pero sigamos: “nacida de un dragón y resucitada, hará volver a la madre a Hesperia. Entonces, unidas las fuerzas, la madre y la hija del vástago traerán consigo la Nueva Paz.” –Quedé pensativa unos instantes–. La persona de la que habla no puedo ser yo. Según la profecía la protecta debe haber resucitado. Además no entiendo qué significa eso de “hija de un vástago”, es demasiado redundante.
–Lo entenderás muy pronto, joven. Pero ahora come. Se acabaron las explicaciones por hoy. Por cierto, ¿no me equivoco si digo que has venido a jurar el cargo?
–No, no te equivocas. ¡Eh! ¡A Gabrielle la creo el mismo que a Andreu!
–Sube mucho la moral que me escuches cuando hablo –dijo Irene indignada.
–Bien, entonces volveremos a hablar mañana antes de la primera reunión del Consejo, y te explicaré qué y cómo debes hacerlo. Tranquila, mañana sólo será tu presentación oficial ante la sociedad como heredera de Margarita. Pasado mañana por la noche jurarás tu cargo ante el Consejo y se te concederá el título de “honorable”. Además, me gustaría ver tu poder en acción en privado. Tengo mucha curiosidad por ver tu don. Pero no será hoy; vuestros amigos ya han llegado y se han instalado en las suites. Tranquilas, allí tendréis privacidad. De todas las habitaciones, las que descienden a la planta de las cinco suites tienen un sistema de seguridad digital. Están reservadas para los protecti, pero como este año eres la única de los dos que vendrá os instalaréis en ellas. Así podréis hablar sin ser molestados.
Asentí. Honorable yo, una cría de dieciocho años medio salvaje y que vive en una cueva. No podía creerlo, pero así iba a ser. Después de comer nos despedimos de Manto hasta el día siguiente y nos dirigimos al vestíbulo. Allí había unos pocos vampiros, que se quedaron con los ojos clavados en nosotras a nuestro paso. Nos dirigimos al mostrador, donde la niña esperaba nuestra llegada.
–Buenas noches, excelentísima, y a usted también, honrada guardiana. Tienen reservadas las suites uno y dos. Por favor, necesito sus huellas dactilares para adjudicárselas.
Nos acercó un panel electrónico negro con superficie táctil. Yo dejé imprimir mi huella en la superficie del panel. Después se lo dio a Irene y repitió la operación.
–Muchas gracias. A la excelentísima le corresponde la suite uno y a la joven guardiana la número dos. Les deseamos una agradable estancia.
Se despidió con una reverencia. Devolví la cortesía y pivoté de pronto hacia los vampiros que había al otro lado de la habitación con la intención de descubrirlos mientras me miraban.
–¿Desean algo caballeros? –Pregunté altiva.
–No, lo siento, –dijo uno de ellos bastante atribulado.
–Eso imaginaba. Que tengan una buena noche.
Caminé hacia uno de mis Jueces Protectores, que me condujo hacia la puerta de bajada a la planta donde se encontraban las suites. Cruzamos la puerta y llegamos a un amplio ascensor. El Juez sacó de su bolsillo una tarjeta electrónica y la insertó en una ranura bajo el panel numérico, justo al lado del botón en el que ponía “–2”. Un led verde se encendió junto al número, él pulsó la tecla. Bajamos y al abrirse la puerta apareció un nuevo vestíbulo, en el que permanecían firmes dos Jueces más.
–Excelentísima, guardiana, el equipaje ha sido instalado en sus habitaciones correspondientes. Les comunico que en estas habitaciones tan sólo puede entrar su huésped, y si lo consiente, los huéspedes de las habitaciones de esta planta y los jueces. Además de la televisión, el hilo musical, el minibar, hidromasaje y los acabados nobles del mobiliario, el equipamiento de cada habitación incluye un niño para la satisfacción de cualquier necesidad. Permanezcan tranquilas, ya que los niños son fieles, fiables y no tienen más contacto que con los huéspedes, los Jueces y el Venerable Manto. Recuerden que para cualquier asunto siempre habrá al menos un Juez en este vestíbulo y otro a la entrada del ascensor.
–Gracias por la información, señor Vicente. –Le estreché la mano–. Es un gran honor contar con una seguridad tan estricta. Buenas noches.

Nos dirigimos cada una a la puerta de nuestra habitación. Coloqué mi pulgar en el panel adyacente a la puerta y ésta se abrió. Entré a la suite, encendí la luz y miré a mi alrededor. Todo era perfecto… ¡Y gratuito! Desnudé mis pies para sentir el tacto de la moqueta que cubría todo el suelo. Como era de esperar, no había ventanas, pero acostumbrada como estaba a vivir en una cueva, eso no suponía ningún problema para mí. En la parte izquierda de la habitación había un sofá de cuero frente a un televisor de plasma de unas cincuenta pulgadas, que se encontraba en mitad de una estantería llena de DVD’s y libros de todos los géneros y épocas. En la parte derecha estaba mi cama. Junto a la cama doble había un minibar, y más allá la puerta de un baño con hidromasaje. La cama era de estilo colonial, y de las barras negras colgaba un cortinaje color carmesí.
Y un extra.
Al pie de la cama, como el Juez había prometido, permanecía de rodillas un niño. Aparentaba mi misma edad, quizá un poco menos, medía un metro setenta aproximadamente. Su piel era bastante clara, lo que me hizo suponer que llevaba mucho tiempo sin salir de aquel subterráneo. Su pelo llegaba liso hasta los hombros, color negro azabache que brillaba a la luz tenue de la habitación. El hermoso esclavo tenía las facciones de la cara sin marcar, hombros poco anchos y una barba de tres días que le daba un toque muy sexy, pero no era mi estilo.
Lo cierto es que de pronto me entraron unas ganas enormes de divertirme. Me puse frente a él y le hablé:
–Ponte en pie. –El obedeció sin mediar palabra, con la mirada gacha–. ¿Cuál es tu nombre?
–David, excelentísima.
–David. Es un nombre muy bonito, –dije mientras le acariciaba una mejilla y recordaba al pobre joven que esperaba en Olot a su ángel desaparecido–. Escucha David. Quiero que te depiles la cara. No que te afeites, sino que te la depiles. Y ponte un perfume femenino. Como jazmín, por ejemplo. ¿Lo has entendido?
–Sí, excelentísima
–Llámame Níobe, y tutéame. Nada de “excelentísima”. Ahora ve y haz lo que te ordeno.
El esclavo salió de la suite.
Ojeé mis maletas y comprobé que estaba todo en orden. Me acerqué a la jaula de Elendil y le abrí la puerta. Después me acerqué al minibar. Cogí un vaso de tubo, un botellín de ron con coco y un zumo de piña, y me preparé una copa mientras el niño volvía. Me desnudé y me acomodé en la cama con la copa en la mano. No di dos tragos al vaso cuando el esclavo tocó a la puerta de la suite.
–Adelante, –dije al tiempo que pulsaba el botón de un mando sobre la mesita.
El niño entró de nuevo. Su cara mostraba alguna marca rojiza debido a la reciente depilación. Iba vestido únicamente con unos calzoncillos tipo bóxer color negro. Cerró la puerta y volvió a arrodillarse. Ahora era una figura completamente andrógina, un adulto con aspecto de niño, un querubín, la mismísima Giocconda de da Vinci con una grave carencia de melanina… hermoso.
–Ponte de pie y ven aquí, no es necesario que te humilles. Desnúdate, corre las cortinas y ponte sobre mí.
Al instante nos cubrió una nube de ondas color carmesí. Él se puso sobre mí, su sexo completamente erecto tocaba mi vulva desnuda.  Su cara frente a la mía… su mirada agachada en señal de sumisión, como si mirara mis pechos. Me excité nada más sentirlo sobre mi cuerpo. Pero mi himen estaba reservado a otra persona, y por mucho que lo deseara, no iba a permitir que aquel niño me penetrara. Nos besamos con tanta pasión como cabía en nuestros cuerpos ardientes, luego puse mis manos sobre sus hombros y lo empujé hacia la parte inferior de mi cuerpo, indicándole dónde debía ir. El no ofreció resistencia. Sentí como sus labios rozaban mi cuello, fueron beso a beso a través de mi pecho, mi vientre, hasta llegar a mi sexo.
Ahí lo detuve para gozar de una pasión carnal que jamás había experimentado. Él había sido educado para ello, por lo que lamía como si supiera exactamente dónde debía estar su lengua y sus labios en cada momento, controlaba el ritmo a la perfección. No puedo recordar cuantas horas permaneció entre mis piernas, ni cuantas veces sentí el puro éxtasis del orgasmo, mientras uníamos mis gritos a sus gemidos ahogados. Sólo recuerdo que llegó el momento en el que él mismo tuvo que coger mi copa de la mano para que no se derramara sobre el lecho, las perlas de sudor sobre mi cara, su respiración agitada cada vez que jugaba con él, cuando cerraba el cerco de mis piernas con su cabeza entre ellas. Lo ahogaba, y al verlo sufrir gozaba, él todavía más que yo. Tuvo varios orgasmos sin tocarse, sólo con su lengua juguetona sobre mi sexo, lo que me hizo sentir como una diosa para él.
Cuando me sentí satisfecha lo agarré del pelo con mis últimas fuerzas, le levanté la cabeza y le tiré hacia mi cara. Nos besamos y sentí el sabor de mi vagina en sus labios. Luego lo acosté a mi lado.
–Padezco insomnio. Abrázame y háblame hasta que me duerma, por favor. –Él pasó una mano bajo mi nuca y otra sobre mi pecho–. ¿Conoces el poema Scarborough Fair?
–Sí, señorita Níobe.
–Cántamelo. Con la voz tan aguda como puedas.
David comenzó a cantar el hermoso poema que me acompañó durante todo mi infancia con una voz de ángel, hermosa y serena. Si no hubiera sido porque notaba su pene completamente erecto en mi nalga izquierda, habría jurado que era una doncella.
 Poco a poco sentí cómo el velo de Morfeo se tendía sobre mí. Con mis últimas fuerzas le hablé:
–Cuando yo me duerma, no te vayas. Mañana quiero que estés a mi lado desde que me levante. Me gusta hablar cuando despierto.
Él no dejó de cantar, sólo asintió con la cabeza pegada a mi hombro, para que yo sintiera su respuesta. En muy poco tiempo me dormí.

Desperté a media tarde, con el niño abrazado a mí del mismo modo que cuando me dormí, su pene seguía erecto junto a mi glúteo.
–Buenos días, señorita Níobe. ¿Has dormido bien?
Me giré para ver su andrógino rostro antes de responderle. No pude retener una sonrisa al ver sus ojos grandes y negros agachados cuando lo miré.
–Muy bien. Pero es demasiado tarde y debo hacer muchas cosas en poco tiempo hoy. ¿Me traerías algo energético?
–Creo que en el minibar hay bebidas energéticas vegetales, con cafeína, ginseng, guaraná y no recuerdo que más.
–¿Carbonatadas?
–Sí, señorita.
–Entonces échale tres cucharadas de azúcar moreno.
–Por supuesto, seño…
–Níobe, a secas, –le interrumpí.
–Está bien, Níobe.
Me senté sobre la cama, abrí el cajón de la mesita de mi izquierda y encontré tres mandos a distancia junto a una guía de televisión. Los tomé y le pregunté al pequeño:
–David, ¿para qué es cada mando?
–El negro es el de la televisión, el pequeño es para el home cinema, y el gris con teclado táctil controla el hilo musical.
–¿Por qué es táctil?
–El equipo está conectado a una base de datos que almacena casi toda la música editada en el mundo, –respondió al tiempo que me daba una copa con la bebida desbravada.
–¿Se puede cambiar el alfabeto?
–Sí, con el botón verde de la esquina inferior derecha.
Lo pulsé hasta que en la pantalla aparecieron las letras “ΕΛ” y tecleé “Αρβανιτάκη”  en el panel. Pulsé el play y comencé a beber mi bebida tranquila y relajada. David me preguntó:
–¿Deseas que encargue algo para comer, o que ordene el equipaje?
–Deseo que permanezcas echado aquí conmigo y que me des conversación inteligente. Ya no recuerdo el tiempo que ha pasado desde la última vez que toqué a un ser de sangre caliente.
¡Iiik!
–Lo siento Elendil, quería decir a excepción de ti. Vaya. Se te ha vuelto a cerrar la puerta de la jaula.
La abrí de nuevo desde mi posición para que volviera a quedar libre.
–Seño… Níobe, recuerda no hacer uso de esa habilidad fuera de esta planta, por tu seguridad.
–Tranquilo, no lo haré siempre que no sea estrictamente necesario. Aunque hoy tendré que emplearla. Espero que no se de cuenta nadie, excepto una.
–¿Parte del plan?
–¿Cómo sabes eso?
–Manto me dijo que veníais en misión de rescate, y que parte del plan debía realizarse durante el Consejo. Por eso me prohibió estrictamente comentar nada que se dijera en esta planta a nadie, salvo con tu consentimiento. ¿Sabes? Se lo está pasando muy bien con todo el tema de la operación. Hace siglos que no se divierte de verdad, parece que le has devuelto la sonrisa con esto.
–Últimamente demasiada gente me dice cosas parecidas. Pero en fin, veo que Manto está en todo. Por cierto, ¿a quién puedo llamar con el teléfono que hay sobre la mesita?
–Sólo es necesario pulsar un botón. Los números del uno al cinco corresponden a los móviles internos de los cinco Jueces, del seis al cero se llama a las otras habitaciones de la planta. Con la almohadilla entablas contacto directo con el Venerable Manto.
–Qué bien dotado. Oye David, –cambié de tema pensativa–, ¿no es dura la vida de un niño?
–La verdad es que no lo es en absoluto. Todos los niños de la provincia decidimos serlo de forma voluntaria. Lo exige la ley toledana.
–Parece interesante. Cuéntame más sobre ti.
–Bueno, de humano era muy infeliz, como muchos adolescentes. Pero mi desgracia me llevó a tratar de suicidarme, una noche, en mi propia habitación. Me hice un corte transversal muy profundo en la arteria de mi brazo derecho. Entonces Manto entró por mi ventana. Me ofreció la promesa de felicidad de por vida a cambio de entregarle mi voluntad y abandonar aquel mundo.
–Se refería al mundo de los humanos, ¿no?
–Así es. Para mí fue la salvación que tanto necesitaba. Ya a punto de perder la conciencia bebí de la herida que él se abrió en su propia muñeca. Sorbí tanto como me permitió. Cuando miré mi brazo, la herida se había cerrado por completo, y al instante vine con él hasta la corte, de donde no he salido desde entonces.
»Los niños somos felices con beber un sorbo de sangre de vampiro de forma periódica. El esfuerzo físico y mental no nos agota si las circunstancias no son extremas. Además, la vida de los que habitamos la corte no es demasiado atareada.
–No sabía que elegiste esta vida.
–Y hasta ahora no me arrepiento, claro que eso es consecuencia de la sangre. Además, soy un niño privilegiado. Mi trabajo consiste en aumentar cada vez más mi cultura general, mantener limpia la suite y servir a los protecti.
–¿Has servido a muchos?
–A dos antes que a ti. Por supuesto no puedo decir sus nombres.
–Entiendo. –Bebí el último trago mientras invadía mi cabeza la imagen de la anciana Marga–. Vamos, ayúdame a ordenar mis vestidos en el cambiador.
–Como quieras, Níobe.

Nos pusimos manos a la obra y apenas tardamos diez minutos en emparejarlo todo. Tras una ducha mandé llamar a los demás a la habitación. Entraron los cuatro con ropas preciosas, pulcros como si acudieran a una boda. Amalia gritó escandalizada nada más verme:
–¡Cómo que aún no estás arreglada! Vamos, hay que cambiarte.
Apenas me dejó pestañear antes de verme con uno de los vestidos puestos: imitaba el estilo de un kimono, completamente negro, lo suficientemente corto como para mostrar más de la mitad de mis muslos, con un amplio escote y un fajín azul que entallaba mi cintura y realzaba mi pecho. En los pies llevaba unos zori negros y azules. Mientras Amalia me alisaba el pelo y David me arreglaba las uñas, conversaba con Andreu:
–¿Ha llegado Rodrigo?
–Sí, ya he hablado con él. Está impaciente por conocerte y quiere verte cuanto antes. Se alegra sobremanera de que la heredera de Marga siga viva. Me ha dicho que debemos inventar algo para justificar tu desaparición ante un juez, y que se encargará personalmente de que vuelvas a estar viva para los humanos.
Algo en mi mente hizo clic. Una bombillita verde se encendió en alguna parte dentro de mi dura cabezota, junto a un cartelito en el que se leía con letras capitales “NOTA BENE”. «Para que vuelvas a estar viva», ¡no podía ser! La profecía había vuelto a acertar: Anunciaba una resurrección, pero no una muerte, algo tan importante no se habría omitido en la profecía. Pero no podía ser yo. Mis ojos se abrieron de par en par y di un respingo; buscaba en mi mente algo que pudiera rebatir todo lo demás.
Entonces me percaté de que David me miraba con una sonrisa en la cara, y sin dejar de lacar mis uñas habló:
–Señorita, tengo entendido que fue usted criada por una vampiresa, algo muy peculiar. ¿Es eso cierto?
Y la hija de un vástago. A mi mente vinieron las palabras de Andreu de aquella noche de verano, en la cueva: «Recuerda quién fue tu madre. No me refiero a quien te parió, sino a quien te crió y cuidó», ahora todas las piezas encajaban a la perfección, no podía huir, no tenía escapatoria. El niño añadió:
–El Venerable Manto advirtió que te percatarías al instante de los datos más oscuros, pero que pasarías por alto lo más evidente.
Me guiñó un ojo.
–Soy yo…
–¿Qué? –Dijo Andreu confuso.
–¡Es cierto! ¡Eres tú! –Exclamó Irene eufórica.
–Y Manto lo sabía, pero le pareció divertido esperar a que lo descubriera por mí misma.
Amalia dejó el peine a un lado y me cogió por los costados.
–Cariño, ¿qué dices? ¿Quién eres tú?
–Níobe, la Advenidera. Prima Protecta, nacida el año del dragón, hija de Soledad, un vástago, y a punto de resucitar para los humanos.
–La Profecía… –Fernando no podía creer lo que oía.
–Entonces es cierta.
–No puede ser, Amalia. ¡No puede ser! Debe haber alguna pieza que no encaje, ¡Algo! Terminad deprisa, por favor. ¡Tengo que hablar con Manto!

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