jueves, 16 de julio de 2009

3 - Y el sueño se rompió


–¿Cómo que estás preñada?
–¿Y qué esperabas? Llevas meses empeñándote en follar sin ninguna precaución.
–¿Pero seguro que es mío?
–¡De quién si no! Hace tres meses que dejé la calle –mi madre había encontrado por fin una pequeña compañía que le pagaba lo justo para vivir–, sólo lo he hecho contigo desde entonces, y porque vienes cada semana con cien en la mano.
–¿De cuánto estás?
–Unas seis semanas. Y justo ahora que tengo una oportunidad de entrar en Broadway viene lo del crío, y lo de mi madre… –las palabras de mi madre se atropellaban unas a otras en su boca.
–Tu madre no morirá, no te preocupes.
–He hablado por teléfono con Marga, la vecina que la acompañó al médico, y me ha contado lo que no le dijo a ella. El cáncer de piel está muy avanzado, le queda muy poca vida.
–Tranquila, corazón, ¡escucha! No me agaches la mirada… no me llores… te diré lo que haremos. A mí aún me quedan unos ahorros, venderé un par de viviendas y pondré en alquiler el piso en Queens y el de Olot. Nos iremos a ver a tu madre y nos casaremos antes de que nazca la criatura. Formaremos una familia. Yo aún me puedo dedicar al mundo inmobiliario, y domino el inglés perfectamente. Me han dicho que hay miles de ingleses que hacen cola para comprar adosados frente a la costa alicantina cada verano, seguro que hay allí algo para mí. Levanta la cabeza, mi vida, ¡hay talleres de teatro también en España! Sé que no es tu sueño, pero algún día aprenderás a ser feliz con eso, ya lo verás.
Mi madre levantó la vista sin ofrecer resistencia a la fuerza de la mano de mi padre, que levantaba su barbilla para poder ver con total claridad esos ojos color azul intenso y brillante a los lados de la pequeña nariz de duende que mi padre tanto adoraba. Ella no dio palabra. Simplemente lo abrazó aturdida, resignada, vencida por la vida con sólo veintiséis años. Sus blancas manos se agarraron a los hombros de mi padre como si con su poca fuerza quisiera romper al hombre que condenó su destino, como si quisiera hacerle partícipe del desgarre de su alma.

Tres meses después un avión aterrizó en Barajas. Un avión en el que una mujer derrotada me llevaba en su vientre, preparada para aguantar el funeral de su madre con la cabeza agachada, mientras sentiría en la nuca y en las sienes las miradas de reproche y los cuchicheos de toda una multitud que no se explicaría cómo tiene valor la hija de la difunta, después de abandonar a su madre, de volver para el funeral después de casi seis años sin más noticias de ella que las cartas que escribía a su vecina, la anciana Marga, y para colmo ¡preñada!
Pero ya nada de eso importaba. Nada que cualquiera le pudiera decir o hacer le haría daño, pues era consciente de que había perdido definitivamente el último tren hacia su sueño. Ni la muerte de su madre era para ella más dolorosa que eso, saber que tantos años de su vida no habían supuesto más que una pérdida de tiempo. Y sólo tenía como apoyo a una vieja marchita a la que parecía quedarle muy poco, y a aquel despojo humano que fue mi padre y que se casaría con ella tan pronto como pudiera.
Ahora la tenía aferrada a si, con la mano sobre su hombro la poseía mientras, sin prestar atención a la conversación, hablaba completamente absorto:
–¿Si es niño?
–Lo llamaremos como tú… o como el abuelo, sois los únicos hombres contra los que no tengo nada.
–¿Y si es una niña?
–Me gustaría que se llamara Vera, como su abuela. Pero Quiero algo más…
–¿Cómo que algo más?
–Durante meses he rezado a Dios para que nos diera el tiempo suficiente que necesitábamos para poder ahorrar el dinero que hemos gastado en volver a España, –los ojos de mi madre se inundaron de lágrimas, y su voz se tornó frágil y temblorosa–, y así poder ver a mi madre viva por última vez, decirle todo lo que la quiero, que siento el daño que le he causado y lo que la he echado de menos. En toda mi vida sólo le he pedido eso a Dios –de pronto su cara de abatimiento se transformó en una mueca de pura ira contenida–, y dios me lo ha negado… después de tanto rezarle desde mi infancia, me doy cuenta que podría haber muerto de rodillas antes de que me concediera nada. Quiero darle un nombre pagano. Dios me ha dado la espalda y yo no tengo por qué seguirle. Definitivamente será una niña. Y tendrá un nombre pagano.

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