lunes, 9 de noviembre de 2009

36- Alba


Irrumpí en la biblioteca acompañada por el Juez Vicente, vestida y arreglada, armas en cinto y mitones en mano. Corrimos al despacho de Manto, introduje el código y entré yo sola.
–¡Manto! No puede ser, no puedo ser…
Reconozco que estaba histérica.
–Ah, ¿no? ¿Y por qué no?
–Para empezar porque no hay ninguna guerra que detener. Además, ¿qué soy yo? Una criatura huérfana, oficialmente muerta y que vive en una cueva porque mi casa ardió.
–¡Qué curioso! –Respondió entre risas–. Justo en la misma situación en la que se encontraba Níobe cuando firmamos el pacto. Hay demasiadas coincidencias, ¿verdad? Joven, relájate. Ser la Advenidera no es motivo de llanto. No es malo en absoluto.
–Sí lo es, Manto, ¡es terrible! Significa que la guerra está a punto de estallar.
–¿Por qué piensas eso?
–¡Porque me estoy muriendo, Manto! Tengo cáncer. El doctor López me ha dado un máximo de dos años de vida.
Eché a llorar repleta de rabia y me dejé caer sobre el pétreo cuerpo de Manto, con tanta energía que casi daño mi ojo con el pentáculo de plata que colgaba de su cuello. Tenía poco tiempo, y sólo el rescate de Sole era una tarea a contrarreloj. ¿Además debía encontrar a una anciana desaparecida hace cinco siglos y detener una guerra? Era obvio que tenía que elegir: el caos en la península o la agonía de mi amada. No podía sacrificar a un pueblo por alguien que se suicidaría tras mi muerte, por mucho que la amara.
Mi cara estaba repleta de lágrimas. Grité y me desgarré de dolor, golpeaba el pecho de Manto con el puño llena de rabia, tanta que no me importaba el daño de los golpes. Él continuó su abrazo hasta que mi llanto aminoró lo suficiente como para permitirme hablar. El podía sentir mi alma. El sabía qué decisión iba tomar, sólo quería asegurarme:
–Manto…
–Dime, joven Níobe.
–¿Llegaré a rescatar a Sole?
–Sí.
¿Cómo? Eso contradecía todos mis sentimientos, ¡la respuesta debía haber sido un “no”!
–¿Cómo lo sabes?
–Tu corazón. Él late con fuerza, grita desesperado qué es lo que más necesita.
–¿Y qué le dice?
–Para vivir, tu corazón necesita más a Sole que a sus propios latidos.
Quedé blanca. Mi llanto se cortó en seco. Levanté mis ojos muy despacio, hasta que mi vista se cruzó con la cálida mirada de Manto. Había llegado la hora de enfrentarse a la realidad. Una realidad que me aterrorizaba como la peor de las pesadillas, escrita en el brillo gris de los ojos de Manto. No me quedaba otra alternativa. No había más solución.
–Manto.
–Dime pequeña.
–Necesito que me hagas un favor…

Salí de la biblioteca, serena pero despierta, altiva y segura de lo que debía hacer, completamente distinta a cómo había entrado. Tanto el pasillo como el vestíbulo estaban atestados de gente: decenas de vampiros agrupados en pequeños círculos hablaban de temas variados y cargados de interés. Nada más salir, Irene se acercó a mi lado en su papel de guardiana:
–¿Cómo ha ido?
–Soy yo, –dije firme–, no cabe duda.
–Tengo una noticia importante que darte.
–¡Vaya! ¡Qué tenemos aquí!
Una vampiresa altísima se acercó a nosotras y nos interrumpió. Tenía la cara fina, los labios carnosos y pintados de carmín, el pelo castaño recogido en un elegante y elaborado moño, de cuyo centro surgía una coleta que le llegaba a mitad de la espalda. Ojos enormes y negros, vestida con un atuendo rojo muy sugerente.
Yo le dirigí mi natural mirada cálida y le dediqué una sonrisa insinuante. Ya sabía quien era, Andreu me la había descrito y por ahora había acertado en cómo sería su actuación. Llegó la hora de poner en marcha la siguiente parte de la segunda fase del plan. Sería humillante, pero necesitaba su favor.
Se acercó a mí con andar sinuoso, y con total descaro rodeó mi cintura con su brazo. Me tomó con firmeza, yo no me inmuté, mi cara, mi mirada seguían imperturbables.
–Así que tú eres la célebre Níobe, ¿verdad?
Al punto el Juez Vicente se acercó y la reprimió:
–Alba, suéltala.
–Tranquilo, Vicente, –repuse–. No ha tratado de hacerme nada malo.
El Juez calló, pero permaneció cerca, junto a Irene, ojos fijos en mi actuación. Alba continuó:
–Es un honor conocer a la nueva Protecta Prima, con tan ilustre nombre.
–Y para mí es un honor conocerla a usted en persona, Alba, la más hermosa entre las barcelonesas.
–Sin duda lo soy, –respondió arrogante–, pero tú no tienes nada por lo que envidiarme. Y por favor, tutéame. –Comenzó a acariciarme el pelo–. Vaya, además de hermosa posees un aroma exquisito. Diría que eres virgen.
–Así es.
El plan marchaba a la perfección.
–Estoy segura de que lo eres porque quieres. –Sentí su mirada cada vez más cargada más energía, cómo trataba hacerme caer en su trance, seducida por completo quería tomar mi sangre, no sin antes divertirse un poco–. Pero hay más matices en tu olor. Parece algo así como… ¿manzana?
Le respondí con una risita lasciva y asentí. El Juez estaba cada vez más tenso, pero seguía impasible, Manto le había dado la orden de no intervenir a no ser que el plan saliera de su cauce.
–Me gustaría pedirte algo, Níobe, pero me da tanta vergüenza…
Su manera de gimotear me ponía de los nervios, aunque debo reconocer que me había logrado ponerme bastante húmeda. Tanto que casi olvido mi papel.
–Pide por esa hermosa boca, estoy deseosa de complacerte, –susurré.
–¿Me concederías un beso?
Yo me puse de puntillas para acercarme a su cara, me estiré cuanto pude, de modo que pudiera ver mi cuello y buena parte de mis pechos.
–No sientas vergüenza por algo que deseo concederte con fervor.
Acercó sus labios a los míos, ninguna de las dos dejamos de mirarnos llenas de lascivia. Permanecimos apenas un segundo así, con nuestros labios a punto de rozarse, sentía mi aliento humano y yo sentía el suyo, gélido y dulce.
Lo había logrado. Nuestros ojos se cerraron despacio y unimos los labios en un profundo y apasionado beso. Nos besamos durante tanto tiempo que llegué a calentar con mi fuego su fría lengua. Separamos muy despacio los labios  y me dio un tierno beso sobre la boca, y muy despacio, me dio otro sobre la barbilla, uno más bajo mi mejilla. Así, lenta pero inexorablemente, se acercó a mi cuello, que yo le ofrecía como servido en bandeja.
Se dispuso a morderme, pero sus colmillos no llegaron más que a rozar mi piel. Una fuerza extraña, desconocida para ella, le impedía avanzar hasta el néctar de mi yugular.
–Ya es suficiente, –dijo el Juez.
Ella separó su cabeza confusa. Ahora nadie excepto Alba conocía mi poder. Me soltó la cintura y se despidió con un beso en la mano, y trató de recuperar sin éxito el tono seductor:
–Parece que nos han estropeado la velada. ¿Volveremos a vernos?
–Me podrás ver en el Consejo. Después necesitaré descansar. Pero me gustaría que nos volviéramos a ver, fuera de aquí.
–Lo entiendo, mañana jurarás cargo, debes estar preparada, futura honorable. Hasta pronto preciosa.
Se marchó por una de las puertas, la que llevaba a las habitaciones comunes. Nada más alejarse Irene me estrujó y felicitó:
–¡Bien! Lo has conseguido, ahora sabe que la rosa tiene espinas.
–Sí, pero debo volver un momento a la suite.
–¿Ocurre algo?
–Necesito cambiarme de ropa interior…

–Excelentísima, celebro el triunfo de su misión. Pero le ruego por lo que más quiera que no vuelva a darme otro susto como éste.
–Tranquilo Vicente, ya he cumplido mi primer cometido aquí. No volverá a ocurrir. Además te recuerdo que voy armada. Por cierto. Irene, ¿qué era esa noticia importante que debías contarme?
–¡Merda! Lo había olvidado. Gustavo está aquí.
–Doble merda. ¿Qué hace él aquí? ¿Qué trama?
–Aún no lo sabemos, pero Fernando teme que saldrá a la luz a partir de la reunión del Consejo de mañana.
–¿A partir de mañana?
–Sí, hoy es tu presentación oficial, la lectura de las decisiones tomadas el año pasado y organización de las intervenciones de mañana.

El ascensor llegó abajo y abrí la habitación. David había cambiado las sábanas y permanecía arrodillado junto a la mesita.
–David, sal. Necesito unos momentos de intimidad. Quédate en el vestíbulo con Irene.
Cuando salió y la puerta de la habitación se cerró me senté sobre la cama y tomé el teléfono de la mesita. Marqué el ocho y una voz respondió al primer timbre:
–¿Sí?
–Fernando, cambio de planes.

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