lunes, 24 de agosto de 2009

18- Peligros del Pasado


Aquella noche y las siguientes las pasé refugiada en una trinchera, armada hasta los dientes y envuelta en un asedio interminable de preguntas a Sole, a las que solía responder a medias. Bien se cuidaba de esconder parte de la verdad.
–¿Cómo sabes que la piedra central de mi cruz es una esmeralda?
–Porque eso se distingue a los ojos de un vampiro.
–Esa es tu respuesta para todo. ¿Quieres decir que ya habías visto otras esmeraldas con anterioridad?
Me encantaba acorralarla en las conversaciones y demostrarle que sabía que me ocultaba algo.
–No, sólo he visto una. Esa.
–Entonces, si sabes distinguirlas y sólo has visto esta… ¡eso significa que ya habías visto mi cruz antes!
Sole se percató de que si no llevaba la conversación por otros derroteros iba a dejarla en jaque y a obligarla a decir la verdad.
–¡No! No es eso. Es sólo que ya había oído hablar de ella antes.
–¿Tan famosa es? –Pregunté sorprendida mientras escrutaba con las yemas de mis dedos cada detalle de la pequeña cruz, que siempre había sido un gran foco de curiosidad para mí.
–Más de lo que piensas. Además es muy importante. Quien te la dio debió de quererte más que a nadie en el mundo.
–¿También piensas que está muerta? –Dije suspicaz, y de pronto un poco deprimida.
–¿Qué? –Se mostró sorprendida y confusa; la había descubierto–. ¿De dónde sacas la idea de que pienso que la persona que te la regaló está muerta?
–Porque has dicho “debió de quererte” en lugar de “debe” o “debía de quererte”. Crees o sabes que Marga está muerta.
–No, no ha sido un uso deliberado de la lengua. ¡Mi mente no es tan retorcida como la suya, señorita Christie!
Sole siempre usaba el sarcasmo como último recurso cuando fingía estar enfadada. Cuando lo está de verdad usa las fauces. Yo eché a reír aunque notara en mi corazón el pesar que me producía pensar en la muerte de Marga. Ella añadió:
–Sólo había oído hablar acerca de la cruz. Y por supuesto no conozco a esa tal Marga.
–Pero, aunque no la conozcas… debe estar muerta, ¿verdad?
Sole desvió la cara de mi mirada penetrante y tardó unos segundos en responder.
–El objeto, según tengo entendido, se lega en el lecho de muerte. Así que si te lo regaló de mano a mano, debió morir como mucho a las veinticuatro horas…
Miró compasiva y partícipe de la tristeza reflejada en mi rostro. A pesar de que intuía que era así como recibí la cruz aún no me había enfrentado cara a cara a la idea de que la primera persona a la que consideré mi madre de verdad estaba muerta. No pudo sino abrazarme y secar las lágrimas que se me habían escapado sin apenas darme cuenta con el dorso de sus manos.

Pronto llegó mi decimoquinto cumpleaños, y como era de esperar sólo mi madre, Sole y el pesado encantador de David me felicitaron, y recibí tres regalos. El primero, una monada de peluche de conejita que David me dio después de invitarme a merendar y de pedirme un beso, que por supuesto le negué. Luego me invitó a ir con él a una heladería. Supuse que no estaría de más aceptar su invitación. Después de todo yo le había dejado bien clara mi postura con respecto al beso.
Nos sentamos en la mesa metálica y David salió con una copa de cristal gigante repleta de helado.
–Me encanta el helado de vainilla y chocolate.
–En realidad es helado de vainilla con chocolate, volutas de chocolate y recubrimiento de chocolate belga –me corrigió él–. Mira lo que me compré el sábado en Barcelona.
Sacó de su bolsillo una cámara de fotos digital, entonces aún no eran muy comunes, su precio todavía era demasiado elevado como para que cualquiera fuera por ahí con una.
–¡Una cámara digital! ¿Me enseñas cómo funciona?
–Mejor, te enseño lo guapa que sales en las fotos.
David y yo nos hicimos una sesión completa de fotos. La verdad es que me parecía curioso. Pese a que él flirteaba conmigo no tenía problemas en aceptar que fuéramos amigos. Además, después de tanto tiempo se había convertido en el único ser humano al que podía llamar "amigo", por lo que siempre ha sido una persona muy valiosa para mí, alguien a quien valía la pena conservar cerca sólo por quien es.
A veces incluso me sentía mal por no poder contarle la verdad. Me habría gustado poder decirle que Sole no era en realidad mi prima de Girona, sino mi novia, una monstruilla que tenía serias reticencias para con el sol.
Pero no todo iba a ser bueno.

Los otros dos regalos llegaron con el crepúsculo del día, cuando apenas Venus había comenzado a vigilar el pueblo desde las alturas, cargada de un velo de quietud para casi todos.
Los trajo Sole, y fueron regalos cuando menos desconcertantes, aunque sin duda hermosos. Recuerdo que semanas antes, cuando me preguntó qué quería le pedí unos mitones para poder escalar los árboles sin astillarme las manos, y tras mil peticiones de ideas le espeté algo enfadada que si quería podía hacerme el típico regalo tan hermoso como inútil. Parecía no entender que mi mejor regalo era su presencia. Dos de mis tres peticiones se hicieron realidad, pues lo bello puede ser útil. Muy útil…
Quedamos en el mismo claro del bosque donde siempre asistíamos desde que sabía volar sin caerme. Cuando llegué ella ya me esperaba en tierra. Me lancé sobre ella desde el aire en un fuerte abrazo y ella me cogió literalmente al vuelo. Nos dimos un apasionado beso y me dejó en el suelo frente a ella. Traía un macuto de lino negro. Lo cogió del suelo donde estaba y me lo ofreció.
–Tu regalo, ranita. ¡Feliz cumpleaños! –Yo la volví a abrazar, tomé el macuto intrigada y caí al suelo tras él por el peso. Lo abrí rápidamente sin molestarme en quitarme los restos de hierba.
En él había tres cosas. La primera que distinguí antes de sacar eran los mitones, negros y perfectamente ergonómicos. Parecían de cuero, pero estaban hechos de algún material que desconocía combinado con neopreno. Me los probé y me quedaban –por qué no decirlo– como un guante. La besé sin soltar el macuto y me dispuse a sacar el segundo regalo.
Al tacto noté que era una pequeña caja. La saqué y quité con cuidado el envoltorio.
–Cariño, ¿cómo se te ocurre comprarme un móvil?
Fingí enfado por el dinero que debió gastarse en esa preciosidad color morado, puse los brazos en jarra y fruncí el ceño. Ella me abrazó y me quitó de golpe todo el teatrillo.
–Yo también me he comprado uno. Así podremos hablar aunque sea de día. No es como estar juntas, pero algo es algo. ¿Te gusta?
–Me encanta, cariño. Muchas gracias.
–Me gustaría que esperaras al día para mirar qué es lo tercero. Quiero disfrutar contigo al máximo esta noche.
Yo la miré juguetona y algo enrojecida.
–Te refieres a...
–¡No! Me refería sólo a pasar la noche juntas, aún eres muy joven para el sexo.
–Jo...
Hablamos y jugamos el resto de la noche perdidas en el bosque, nos bañamos desnudas en las aguas del río que devolvía los reflejos de las estrellas, refugiadas por la oscuridad de la víspera de Luna nueva aquella bella noche de verano, después de que Sole me diera licencia de probar algo de alcohol. Lo cierto es que acabamos un poco ebrias, yo con sólo un vaso y medio de cerveza, y ella con la sangre de uno de los borrachos del pueblo, (lástima que no fuera mi padre).
Disfrutamos gozosas de la vida como si no hubiera mañana. Pero la mañana llegó y las dudas surgieron como brotes bajo la nieve.

Me desperté sobre las once de la mañana, increíblemente tarde para tratarse de mí. Para mi fortuna había tenido a la prudente Sole, que me había dicho cuando parar con la cerveza, por lo que me desperté sin signos de resaca. Inspeccioné la habitación, oscura por la persiana bajada, y entre las sombras distinguí el macuto que me había regalado.
Entonces recordé que me quedaba un regalo por abrir. Me levanté hasta la silla del escritorio y cogí el macuto. Inútil, no se mueve. Por un momento pensé que había una roca dentro.
No podía verlo bien en la oscuridad, y no tenía fuerza suficiente para sacarlo. Comencé a palpar y a inspeccionar con mis manos los dos bultos que quedaban en el interior. Me dio la sensación de que eran idénticos. Estaban envueltos por algo que parecían carteras de madera remachadas en metal y con tapas de cuero, y puesto que no era capaz de sacarlas las abrí e intenté descubrir que era lo que había en su interior. Los objetos tenían algo que parecía un asa, o quizá una empuñadura. Me agarré a una de ellas con las dos manos y tiré fuerte… nada.
–Están hechas para que sólo tú puedas usarlas. –Sole me habló de entre las sombras de la habitación, me dio uno de sus escalofriantes sustos.
No respondí, sólo asentí como muestra de que lo había comprendido.
Centré mi poder en ella con una sola mano y la levanté como si fuera una pluma. Metí la otra mano en el macuto y repetí la operación. Lo que saqué me dejó perpleja.
A primera vista parecían dos cortadores de verdura con acabados de sumo lujo, pero por la apariencia del filo no parecían hechos precisamente para cortar pimientos. Se trataba de dos armas bellamente ornamentadas, de una forma que nunca antes había visto. Las empuñaduras de plata se ajustaban a la mano del mismo modo que un puño americano. En cada uno de los pequeños extremos de las empuñaduras que sobresalían a cada lado había una piedra verde. La decoración de toda la superficie de éstas era idéntica a la de mi cruz: ataurique con flores de jazmín. Las hojas de las armas quedaban al dorso de mi mano, y parecían inspiradas en el filo de una katana, solo que más estilizado, con forma de abanico por la curvatura y terminada en una punta tipo kissaki a los extremos. No sabía cuánto pesaba exactamente la hoja, por lo que supuse que debía ser de acero o algo así. Tenía triple filo, fino y de un color brillante cuya naturaleza era incapaz de descubrir.
En conjunto eran un regalo hermoso. Pero no era puramente ornamental, y me di cuenta al instante de que esas armas habían sido creadas para matar, y no a humanos. No hizo falta hablar. Mi mirada alarmada se lo dijo todo a Sole, cuyo contorno ya pude distinguir a mis espaldas.
–Tranquila, no te alarmes. No significa que tengas que usarlas. Es sólo por precaución. –Su tono era conciliador, pero no hizo aminorar mi temor.
–¿Por precaución? Sole, ¡dime la verdad de una vez! ¿Estoy en peligro, verdad?
Mi voz agresiva y asustada reflejaba la ansiedad que recorría mi cuerpo como una corriente de aguas turbulentas. Sole agachó la mirada.
–Creo que sí. Creo que estamos en peligro. Las dos. De hecho es probable que intenten que intenten matarme, y a ti también.
–¿Pero quién? ¡¿Quién?! ¿Y por qué? –Grité llorando de rabia al pensar en que pudiera existir la mínima posibilidad de perder a Sole.
–Verás cielo. Yo no siempre he sido libre. A mi me creó una vampiresa codiciosa y esclavista. Pero me escapé. Y los vampiros que me crearon quieren que pague ahora por ello. Llevan casi un mes siguiendo rastros equívocos que he dejado para distraerlos, pero quizá no tarden mucho en encontrarme. No temas, no representan mayor peligro para mí. Ni para ti si tenemos en cuenta tu poder. –Sus palabras apenas lograban oírse por encima de mi llanto desesperado, ella me abrazó y acarició antes de seguir–: Recuerda esto, si un vampiro intenta atacarte, vuela, vuela tan alto como puedas y permanece allí hasta la mañana. Si el día está nublado vuela en busca del Sol, pues no podrán esperar a que te canses durante más de un par de horas bajo la luz solar. No nos va a pasar nada, ¿me oyes? Cielo, te quiero. Y juro que no van a matarte. No temas por ello.
–¡No lo entiendes! ¡No temo mi muerte! Temo la tuya, amor. Prométeme que sobrevivirás por mí, que no va a pasarte nada. ¡Prométemelo! ¡No puedes dejarme sola en este mundo de humanos! ¡No soy humana! Llevo demasiado tiempo sin serlo y ya no sé ser otra cosa que Níobe, tu amante. No mueras, Sole. Si lo haces, juro que las armas que me has regalado me darán muerte. ¡Prométemelo de una vez!
Yo gritaba de rodillas con mis uñas clavadas en las piernas de Sole. no me importó sentir cómo alguna se rompía contra su dura piel. No podía pensar ni sentir, no en cualquier cosa que saliera de la horrible idea de la pérdida de Sole.
Ella intentó agarrar mi cuerpo tembloroso que se derrumbaba como si hubiera perdido cada hueso de mi cuerpo. Podía asumir mi propia muerte, pues no la temía. Podía aceptar sin demasiados problemas que absolutamente todo el pueblo muriera. Pero la muerte de Sole era una idea que no podía asimilar. El miedo me dejó paralizada en el suelo, y pasó casi una hora hasta que Sole consiguió que dejara de llorar. Después decidió animarme.

Volvimos a la cama refugiadas del mundo bajo la única luz de una vela, envueltas entre las volutas del humo que emergía de una varilla de incienso. Allí hablamos, reímos y nos mantuvimos entretenidas a la espera de la llegada de la ansiada noche, que siempre llega con retraso en el estío.
Es extraño que a pesar de acababa de descubrir que nuestras vidas corrían peligro por causas que apenas conocía, y que en cualquier momento podría perder a mi Sole, con todo, no dejé de ser feliz.
Porque seguía viva, y sobre todo, porque Sole seguía viva y junto a mí. Así todo podía seguir perfecto.

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