martes, 21 de julio de 2009

6 - La Pelota



Ya desde esa edad, fecha desde la que guardo mis primeros recuerdos, tenía un extraño problema a la hora de pensar. Era incapaz de concentrarme… en una sola cosa. Me aburría pensar en dos cosas a la vez, porque era algo tan sencillo para mí que pensaba que hasta el más idiota podría hacerlo, así que normalmente tenía tres cosas en mente, totalmente distintas, en las que me podía concentrar a la perfección sin que ninguna interfiriera o dejara a las otras en un segundo plano. Quizá esta peculiaridad fuera el origen de mi poder. Poder, por cierto, que descubrí en una de las muchas discusiones de mis padres.
No había pasado un par de semanas desde la operación. Yo estaba sentada en el suelo de mi habitación, contigua a la de mis padres, sola como de costumbre, y jugaba al ping pong sentada en el suelo con la pared como implacable rival. Al mismo tiempo cantaba en mi mente una canción de Serrat basada en un poema de Machado que la anciana Marga me había enseñado durante mi estancia en el hospital, y escuchaba la discusión que se llevaba a cabo al otro lado de la pared, a gritos y sin ninguna contemplación por mi cercanía.
–¿Y qué quieres que hagamos? ¿Que la dejemos morir?
«Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido,…»
–¿Pero no ves que yo ya tengo mi vida aquí?
«con las lluvias de abril y el sol de mayo,…»
–¡Tu vida y tus fiadores! ¡Allá arriba también se venden pisos! ¡Y coca! ¡Cómo puedes ser tan egoísta! Yo también tengo mi vida aquí, ¡los dos sabemos que es la ruina de la casa! Pero es nuestra hija…
«algunas hojas verdes le han salido».
–¡No puedo decir a los inquilinos de Olot que no les renuevo el contrato así porque sí!
–¡No es así porque sí! Es así por tu hija.
«El olmo centenario en la colina…»
–¡Que le jodan a la cría! ¿Qué hay de mi vida?
«un musgo amarillento le lame la corteza blanquecina…»
–¡Jodido egoísta hijo de puta!
«al tronco carcomido y polvoriento». ¡Basta!
Se oyó el sonido de un fuerte golpe al que yo, por desgracia, ya comenzaba a acostumbrarme.
Me sentía tensa. La canción no paraba de sonar en mi interior y la discusión no terminaba. La pelota de ping pong había dejado de rebotar y ahora estaba quieta en el suelo, a escasos centímetros frente a mí.
Intenté dejar la mente en blanco. No podía, como de costumbre, ninguna voz callaba, no podía dejar de prestar atención a ninguno de mis pensamientos, así que me puse a mirar la pelota. Dirigí toda mi atención hacia ella, toda mi concentración, hice mi mayor esfuerzo por dirigir a la pelota toda la energía que no quería que fuera a todo lo demás… y funcionó. Tan pronto como en mi mente sólo quedó la pelota, ésta salió disparada contra la pared, rebotó, pasó sobre mi cabeza y fue a caer detrás de mí, donde estaba la puerta de mi habitación abierta.
El ruido de la pelota al caer debió alertar a mis padres de mi presencia, y callaron de súbito durante unos segundos. Yo me levanté aturdida, aún sin salir de mi asombro por el espectáculo que acababa de contemplar me dirigí hacia la pelota, la tomé y aproveché para asomar mi cabeza hacia la puerta cerrada de la habitación donde estaban mis padres.
–El contrato con los inquilinos termina el treinta y uno de agosto, –la voz de mi padre parecía de pronto calmada, serena, como si se acabara de levantar de un sueño reparador–. Nos iremos a Olot en septiembre. Será su regalo de cumpleaños, aunque con una semana de retraso. Perdona.
–No importa…

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