lunes, 2 de noviembre de 2009

34- La Joven Más Anciana


–La práctica totalidad de los vampiros ibéricos de nuestra raza, la conocida como mediterránea o chipriota, es descendiente indirecta de una única criatura, una mujer vampiro que habitó nuestros bosques hasta el siglo quince, pero que nació y fue transformada mucho antes, en Grecia.
»Pero vayamos al pacto, no nos detengamos en ella por ahora. El pacto que forjó la alianza entre vampiros y protegidos fue realizado en el año doscientos veintidós antes de la Paz por un joven muchacho que había participado en la toma de Cádiz, lograda por Alfonso décimo el Sabio. Conquistada la ciudad, el muchacho permaneció allí unas semanas. Al igual que tú, Níobe, el chico tenía una habilidad especial, sentía la luz y la oscuridad en los corazones de la gente. Allí conoció a la vampiresa, que habitaba una casa a las afueras. Se oían rumores de que nunca se la había visto de día, que salía sólo durante la noche y que se la consideraba culpable de que enfermaran ciudadanos sanos de la noche a la mañana.
»La noticia llegó a manos del santo tribunal, que resolvió no arriesgarse en un juicio, pues consideraban las pruebas de sus hábitos de vida más que suficientes, y sobre todo porque por una vez consideraban a la acusada culpable de verdad, no como a los pobres diablos que torturaban, a los que sabían indefensos. La casa de la joven sería incendiada durante el día, con ella en su interior. Y quemaron la casa, pero la mujer sobrevivió. Gracias a aquél muchacho, que sintió el fuego en los corazones de los verdugos la tarde anterior. Corrió a casa de la joven y le pidió entrar. Allí dentro le habló en términos que actualmente sonarían más o menos así:
»–Señorita, desconozco qué tipo de criatura sois vos. Tan sólo sé que no sois humana, ni maligna. Por ello debo advertiros del ataque secreto que recibiréis. Os ruego por vuestra vida que no permanezcáis aquí mañana, buscad un refugio lejos de esta casa, pues será ofrecida al fulgor infernal cuando el Sol arda con mayor intensidad.
»La joven no habló. Sólo asintió y besó al joven en la frente, que quedó prendado de ella desde aquel instante. Luego abandonó la casa y desapareció en la oscuridad del bosque.
»El joven Anduvo una semana perdido en los puertos de Cádiz, sin poder sacar de su mente la imagen de la hermosa muchacha a la que había salvado. ‘Sin duda el ser más perfecto de la creación’, pensaba. Una noche decidió acercarse a las ruinas de la casa devorada por el fuego en busca de algo que lo reconfortara. Y lo encontró.
»Entre las ruinas se encontraba la muchacha, inmaculada y hermosa. Se acercó a él y le pidió que la siguiera a su nueva morada. Él no dudó un instante de la pureza de su corazón, y la siguió sin temor pese a que su interior le decía qué tipo de criatura era aquélla de la que se había enamorado.
»La vampiresa vivía en uno de tantos bosques que en aquella época poblaban nuestra tierra. Bosques perdidos con el tiempo por el fuego, la sequía y las garras del hombre. En aquel paraje recóndito había una cueva, lejos de los ojos y los pies de los humanos. Frente a la gruta se abría un pequeño claro de arena que ella misma prensó al mudarse allí, un claro con una hoguera en su parte central, rodeada por cuatro mitades de troncos cortados de forma transversal a modo de bancos. Era una noche sin nubes aquella en la que invitó al joven humano a visitar aquel lugar. Ella andaba liviana sobre el camino jamás trazado con un candil en la diestra, él la seguía torpemente guiado por la leve luz que emitía. Cuando llegaron la hoguera estaba encendida. Invitó al joven a sentarse en un banco con un gesto de su dedo. Él, agotado, obedeció sin hacer preguntas, y quedó mirando la cueva a la que entró ella, que pronto salió con un cántaro de agua en una mano y un vaso de madera bellamente pulida en la otra. Se sentó en el banco enfrentado al del joven, llenó pacientemente el vaso, volvió a levantarse y puso en las manos del joven el recipiente de agua. Se sentó de nuevo y esperó sin prisa a que desapareciera del hombre todo signo de agotamiento. Tras varios minutos de mutua contemplación serena, la voz de soprano de la mujer resonó sobre la brisa de la montaña:
»–Soy tan anciana como los primeros griegos que vararon sus quillas sobre estas tierras. He visto y saboreado mucho más que cualquier mortal. Esta semana mi vida pudo haber llegado a su fin. Pero no fue así. No gracias a vos, valiente joven, dispuesto a sacrificar vuestra vida ante el inquisidor por salvar la de una total desconocida. Por ello yo, la joven más anciana de esta península, os doy mi reverencia. Me habéis enseñado que es justo que algunos mortales conozcan nuestra existencia sin ser condenados a muerte por ello. Como agradecimiento os ofrezco tres cosas. En primer lugar propongo un pacto entre vampiros y aquellos humanos que lo merezcan como vos, que (espero) perdurará durante siglos. Todo humano portador de la bendición de nuestra raza será protegido. Nadie, ni hombre ni vampiro, ni bestia del campo dañarán a un protegido siempre que un vampiro pueda salvaguardarle. El vampiro que perjudique al protectus, ya sea por obra o participación, activa o pasiva, o por omisión de socorro, será condenado a morir por los de su propia especie. Del mismo modo, el protectus se verá obligado a mantener en secreto nuestra naturaleza bajo la misma pena. ¿Aceptáis nuestro pacto?
»–Como primer protectus, y en nombre de todos los protecti venideros, firmo con mi palabra, joven anciana, este pacto que servirá de igual provecho a ambas partes.
»–Sea así. Mi segunda ofrenda, amado mortal, es mi sabiduría, que pongo a vuestra disposición. Es humilde comparada con el mundo que nos rodea, pero supera todo cuanto un humano pueda aprender en cien vidas. Así que, si necesitáis respuesta a alguna pregunta, sea cual sea, hacedla ahora. Yo intentaré responderos como a bien pudiere.
»Durante unos segundos se hizo el silencio, y en tanto que el joven pensaba su pregunta, ella puso otro tronco en el fuego.
»–¿Por qué es tan difícil ser siempre feliz? ¿Estamos los hombres condenados por naturaleza a la desdicha?
»–Joven, descalzaos. –Él obedeció–. Tumbaos sobre el suelo, con la cabeza hacia arriba. Cerrad los ojos. Escuchad el canto de los búhos, sentid cómo la brisa recorre vuestra piel. Notad con vuestras manos y pies la tierra sobre la que estáis, acariciadla. Oled la humedad de la brisa fragrante de los árboles y las plantas de jazmín que nos rodean. –Esperó unos segundos–. Ahora, abrid los ojos.
»Ante la vista del joven se descubrió la inmensidad del cielo, la bóveda celeste plagada de constelaciones, la Luna, llena aquella noche, el mundo se le presentó como un todo armonioso, puro y perfecto enmarcado por las copas de los árboles. Abrió la boca como si se acabara de percatar de una verdad que había tenido siempre ante sus ojos. De inmediato lo comprendió todo.
»–¿Seguís creyendo que es difícil ser feliz? Ahora os dais cuenta de lo sencillo que es alcanzar la felicidad, ¿verdad? Es una realidad que anida en el interior de todos nosotros. La vida de los mortales, así como la nuestra está llena de penurias, eso es cierto. Todos erramos durante un tiempo en este mundo y luego nos marchamos, no sabemos dónde y a muchos les aterroriza, les impide ser felices, les hace necesitar de alguien que les de seguridad y una promesa de felicidad. Para algunos este tipo de doctrinas, como las religiones, les es útil y logran ser felices, pero son los menos. Porque el secreto de la felicidad late dentro de cada uno del mismo modo, pero a la vez es distinto en cada cual, por lo que no puede quedar escrito en un dogma. Toda pena queda de lado si se conoce este secreto, el amar el universo simplemente por lo que es. Podéis morir de hambre encerrado en un calabozo con una sonrisa en la faz si ignoráis lo malo y sentís lo bello que hay en todo lo que compone nuestro mundo, aunque requiera un gran esfuerzo. El sentido de la vida es la felicidad de vuestra vida, y quien no vive feliz, no da sentido a su vida. La vida debe ser razón para vivir en sí misma, sin buscar nada después, quizá non plus ultra. Lo único que podemos desnudar de toda vanidad es la vida. Cualquier mundo ultraterrenal, cualquier nueva existencia que puedan prometer tras la que nos es dada no es válida en absoluto, por lo que nadie debería dejar pasar la vida a la espera de otra mejor tras ella. Disfrutad de cada detalle que el mundo regale a vuestros sentidos y vuestra razón, y seréis feliz toda la vida. Aunque eso ya lo sabéis.
»El joven comprendió cada palabra que la anciana pronunció, pues siempre estuvieron escritas en su propia alma. Cuando se sintió preparado, el muchacho se incorporó de forma sosegada y volvió a tomar asiento.

El anciano calló. Yo esperé a que reanudara su relato, pero pareció que quería dejar ahí su historia. Finalmente hablé:
–¿Y la tercera ofrenda?
–¿Cómo dices, joven? –Fingió no saber de lo que hablaba.
–Le ofreció tres compensaciones. ¿Cuál fue la tercera?
–Veo que tienes la mente demasiado despierta como para poder escaquearme de contarla. Está bien. La mirada del joven se unió a la de mi ama. Se mantuvo en silenciosa expectación hasta que ella reanudó la conversación con estas palabras:
»–Espero haber sido de ayuda. –El muchacho asintió–. Mi tercer regalo es cumplir un deseo. No puedo conceder nada irreal como gobernar el mundo ni regalaros una estrella. Por lo que espero que vuestro deseo, amado mortal, sea moderado. Yo lo cumpliré en la medida de mis posibilidades.
»El joven la miró fascinado, y pidió lo único que podía desear:
»–Deseo ser como vos. Formar parte de vuestra raza. Ahora que he descubierto que puedo ser feliz durante toda la vida quiero que la vida dure lo máximo posible. No es que tema el envejecimiento, los achaques propios de la ancianidad ni la muerte. Si no me lo concedéis moriré igualmente feliz. Pero si se me diera, amada Sibila, la oportunidad de gozar de esta felicidad por tantos siglos como pudiere, quedaría infinitamente agradecido.
»–Es mucho lo que pedís, aunque no inconcebible. Por lo tanto, y como ése es vuestro deseo, así os será otorgado. Pero a cambio quiero que os encarguéis de algo una vez cumpla mi parte.
»–¿De qué se trata?
»–Os nombraré guardián del pacto entre humanos y vampiros. Seréis el encargado de ingeniar todo lo preciso para su cumplimiento, y os ocuparéis de que sea efectivo hasta el fin de vuestros días. ¿Aceptáis el título vitalicio de Tutor Maximus?
»–Será un honor para mí.
»–No hay más que hablar, pues.

Se hizo el silencio. Entendí que su historia había terminado. Quedé fascinada con la revelación:
–¡Entones es usted! El muchacho de la historia.
–Por eso conocías nuestro estado de ánimo y el hambre de Níobe, ¿verdad?
–Puedo ser su sucesor, ¿no creéis?
–No, –repliqué–. Si no recuerdo mal, según las palabras de la vampiresa, el pacto sería efectivo durante la vida del Tutor Maximus. Si eres además el vampiro más antiguo conocido en la península y como ha dicho Irene tienes la misma capacidad que el joven de la historia, no hay lugar a dudas.
Manto echó a reír de nuevo:
–¡Bien, chicas listas! Me habéis descubierto. Soy Manto, el vástago más joven conocido creado de forma directa por la anciana, además del único descendiente directo conocido que sobrevive en la actualidad.
El ordenador emitió un pitido. Manto pulsó un botón del teclado y la puerta se abrió. Entró uno de los cinco Jueces con una bandeja plateada. En ella Había un cuenco de wok de verduras, un zumo de naranja recién exprimido y un kiwi troceado en un plato, dispuesto alrededor de una fresa.
–Lamento la tardanza, excelentísima. Vuestra comida. Podemos crear otro plato si éste no es de su agrado.
–Gracias. Roberto... ¿verdad?
–Así es.
–Da mis más sinceros agradecimientos a los cocineros, y, ya sabes, tutéame en privado. Nada de “excelentísima”, me abruma demasiado.
–Como desees, señorita Níobe.
–Por cierto, mi nombre completo es Vera-Níobe. Pero, por favor, llámame Níobe tan sólo.
Mi bello guardián se retiró y la puerta volvió a quedar sellada. Irene comenzó a hablar ya que yo tenía la boca llena de arroz y verduras:
Molt bé, Manto, pero aún no nos ha quedado claro por qué su nombre causa estragos en los provincianos que lo oyen.
–Ya voy, no te impacientes. Os mostraré una genealogía de todos los vampiros de los que tengo constancia, descendientes directos e indirectos, de la anciana griega.
Tomó el ratón y entró en un directorio llamado “Genealogías”. Ahí abrió un archivo de imagen en alta resolución llamado “Mediterráneos Autóctonos de Iberia”. El cañón proyectó la imagen, escaneada de uno de los rollos de papel que había en la habitación. Aumentó el zoom desde la base e hizo subir lentamente la imagen.
Ante nosotras pasaron los nombres de casi todos los vampiros que conocíamos. El de Irene era el más reciente, Fernando, Amalia, Soledad, Andreu, Gustavo, Gabrielle, así hasta las líneas más altas. Recorrimos siglos de transformaciones hasta llegar a Manto y sus hermanos. Por último, todas las ramas se unieron en un sólo nombre. Dejé de comer y me acerqué a la proyección, para asegurarme de que mis ojos no me engañaban. En la cúspide, con letras capitales, aparecía el nombre de la primera vampiresa ibérica de la historia:
ΝΙΟΒΗ

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