lunes, 13 de julio de 2009

1 - La Ilusa Veinteañera


No, no y no. No me gusta nada ese comienzo, soy incapaz de buscar un sinónimo de “canicas” ¡mala señal! un mal comienzo sin duda. Supongo que tendré que hacer unos arreglos aquí y allá para que mis primeros años de vida no resulten tan dramáticos sin faltar a la verdad. De todos modos, el comienzo de un libro nadie lo recuerda. ¿No?

Todo empieza con la mujer que me alumbró. No diré su nombre, porque poco importa en mi historia, pero sí contaré que era natural de Sevilla. Cuando era sólo una niña a su abuela le diagnosticaron un serio problema pulmonar, y le aconsejaron por su salud mudarse a un clima más suave y más alejado de las esporas que flotan por los huertos andaluces, hijas de los árboles que bendicen esa bella tierra. Y que curiosamente la maldijeron a ella. Mis antecesores nunca han sido demasiado inteligentes, pero saben coger una buena indirecta que les diga que no son bien recibidos en cierto sitio, no importa si quien nos lo dice es una espora, siempre se nos han dado bien los idiomas.
Así pues la familia al completo partió al este y se mudó a un barrio suburbano de Alicante. Allí se crió ella, una niña llena de energía y dispuesta a compartirla, desde los ocho años. Es natural que una criatura de esa edad eche de menos a sus amigos, a los que sabe que seguramente no volverá a ver jamás, que de pronto se vea encerrada en una nueva casa desconocida y entristezca, y odie la ciudad donde vive. Eso fue lo que le ocurrió a mi madre.
Mi abuela, que veía cada día más triste a mi madre, la llevó a un taller de baile que se realizaba en un centro social del barrio, que se encontraba a cargo, como casi todo lo referente a temas sociales por aquella época, de una comunidad eclesiástica que pretendía en vano que los hijos del barrio fueran personas de bien, de provecho y, en fin, con buen futuro. Allí se introdujo en el mundo del baile a un nivel demasiado básico como para poder aspirar a más que a que sus padres le aplaudieran tras una muestra de sevillanas después de la cena de nochebuena. Pero lo cierto es que fue suficiente como para que pudiera descubrir su pasión, bailar valet al compás de la botella de anisete de su abuela mientras se cuidaba de no meter el pie en el plato de pollo de papá le gustaba como nada en el mundo.
Al principio le bastó con conocer gente e ir al taller una vez a la semana. Pero luego pidió más. Entró en una pequeña academia tres días a la semana, luego cinco, y cuando tenía sólo quince años bailó por primera vez en un teatro de verdad, con público de verdad que aplaudía por sincera admiración. Y le gustó.
Aunque a poca gente sin complejo de Edipo le gusta reconocer que su madre se abría de piernas con una gracilidad especial, es algo que debo concedérselo. Incluso cuando ya agotada y vencida se encerraba en una habitación para bailar en privado, conservaba una soltura difícil de igualar. Poca gente se resistía, de hecho, a girarse cuando ella pasaba por la calle, ya no por su físico, sino por la belleza de sus movimientos, que nunca perdieron su encanto.

Justo ese año se anunciaba por toda España la muerte del caudillo, se lloraba por él, y en casa de mamá se descorchaba una botella de vino que llevaba treinta y nueve años cubierta de polvo. Se respiraban aires de cambio, y en su corazón, de libertad.
Pasó los cinco años siguientes como la mejor del grupo de baile con el que actuaba, mostraba incansable su arte en uno y otro teatro de la provincia. Pero eso no era suficiente para ella. Quería más aún. Había oído hablar de los grandes reconocimientos que obtenían las estrellas que lograban actuar y bailar en Broadway. Estaba enamorada de la diosa Fama, la amaba de verdad, y guardó en secreto su sueño, su plan, y en una pequeña lata de aceitunas en el fondo del armario, cada peseta que ganaba de sus actuaciones para poder pagarse su viaje al mundo de las oportunidades, de la verdadera Fama mundial, la que la haría inmortal ante el mundo.

Y así fue como una ilusa e impulsiva veinteañera se escapó de casa para hacer realidad su gran sueño: regalar al mundo sus pasos y que el mundo le regalara sus aplausos. Fue valiente, eso es cierto, pero quizá no estuviera preparada para ello.
Ilusa veinteañera…

No hay comentarios: