viernes, 23 de octubre de 2009

31- Dieciocho



–¡Felicidades!
Ya podían haber esperado al menos a que me limpiara las legañas antes de felicitarme a coro.
En el salón estaban los cuatro, formaban un semicírculo alrededor de la mesa, donde había una pequeña tarta coronada por una manzanita y adornada con dos bengalas encendidas. Junto a la tarta, Elendil, que me felicitó con su particular estilo. La verdad es que me hizo auténtica ilusión, nunca había tenido una fiesta de cumpleaños con tantos invitados.
–¡Gracias chicos!
–La tarta es cien por cien vegetal, –dijo Amalia.
–¡Y la idea de cambiar la guinda por una manzana ha sido mía!
–Gracias Irene. Es un gran detalle.
–Pero hay más. Te hemos hecho un regalo cada uno, –repuso Andreu–. ¡El mío primero!
–Y el mío será el último. –Fernando le dirigió una sonrisa cómplice.
–Toma, hija, para que incumplas la ley con la máxima legalidad posible.
Tomé el pequeño sobre con estampados de vivos colores y lo abrí.
–¡Andreu, pero que tonto! Un DNI y un permiso de conducir falsos, ¡muchas gracias! –Le di un besazo de agradecimiento, no todos los amigos le regalan a una el carné de conducir por su cumpleaños.
–¡Ahora los nuestros!
De pronto me vi envuelta por ambos costados entre los brazos de Irene y Amalia, que me llevaron en volandas y a toda prisa  a la... llamémosla sala multiuso. Allí, sobre el escritorio del ordenador y la silla había quince paquetes de regalo. Amalia tomó uno y me lo dio.
–Son todos muy parecidos, pero este te va a resultar bastante más especial. Tendrás que estar despampanante en el Consejo.
Lo tomé entusiasmada y en seguida me di cuenta de que se trataba de algo textil. Lo abrí y no pude creer lo que veían mis ojos.
El diseño del vestido era idéntico al rojo de Sole, tan sólo cambiaba el color: raso negro y gasa azul, ¡era justo mi estilo! No pude evitar la tentación de probármelo allí mismo, delante de todos, antes de abrir los otros catorce vestidos, hermosos como nunca había imaginado tener. Me las comí a besos a ellas también, y no recuerdo el número de veces que les di las gracias.
¡Iiiik!
Elendil había entrado mientras miraba vestidos y más vestidos, no me había percatado de su presencia en el despacho hasta entonces. Estaba a un lado de la habitación y daba saltitos juguetones sobre una caja de cartón.
–¿Qué te pasa cariño? ¿Qué hay en esa caja?
Iiik.
–Ah, objetos personales de Sole. Los teníamos guardados ahí, supongo que su regalo está dentro, –aclaró Amalia con una sonrisa en la cara.
Me acerqué y abrí la caja. El pequeñajo se posó sobre una libreta forrada en imitación piel. La cogí y abrí la primera página. Ante mi brilló el título escrito por la mano de mi añorada Sole. Un gran tesoro para mí, y sin duda, el mejor regalo de todos cuantos me han hecho:
“SOLEDAD, MI NUEVO DIARIO”

Dos lágrimas de ilusión iluminaron mis ojos azules, que miraban a mi pequeño, ahora posado sobre  mi hombro. Le di un beso en su diminuta cabecita y lo acaricié con cariño. Cerré de nuevo la caja y me llevé el diario conmigo al salón.
–Muchas gracias, chicos, pero ¿no creéis que os habéis pasado un poco con los regalos?
–Pues espera a ver el mío.
–Fer, ¿qué me has regalado?
–Cómete la tarta y saldremos a verlo. Habrá que pasear un poco.
Me la tomé a toda prisa, sin dejar de degustar su delicioso sabor. ¡Vaya! Arándanos y frambuesa, como si hubieran entrado en mi mente. Por supuesto sólo comí yo, pero con el paso de los meses comer mientras los demás miran había dejado de ser molesto para mí. Cuando la hube devorado por completo y ya sólo me quedaba la manzana, salimos fuera de casa.

Me hicieron ir hasta un viejo camino a pocos kilómetros de allí, donde encontré el precioso regalo de Fernando.
–Aquí lo tienes. –Me dio las llaves–. Recién matriculado y a estrenar.
–¡Pero Fer! ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo... esto? –Las palabras no podían salir de mi boca ante el asombro–. ¡Es un Escarabajo precioso!
–Si no te gusta el color le podemos cambiar la pintura.
–¿Qué dices? ¡Adoro el verde pistacho!
–¡Entra! –Me senté dentro del coche y él se puso junto a mí–. Tiene ordenador de a bordo, manos libres integrado, entrada USB...
–¡Para, para! ¡Me va a dar algo! Pedazo de bestia, ¿Cuánto te ha costado?
–Nada.
–¿Nada?
–Casi nada, –repitió Andreu entre risas.
Miré a Fernando con mi fingida cara de enfado, le agarré la oreja y comencé a regañarle:
–¡Eres un chorizo! ¡Y un ratero encantador!
Le di un beso, supongo que no se me da bien echar broncas.
–¡Eh! –Irene se acercó a mí y replicó–: Yo le ayudé.
–¿Vienes a por el tirón de oreja o a por el beso?
Acercó la cabeza y estampó su mejilla hinchada como un globo contra mis labios.
Pasé un rato sentada mientras echaba un vistazo a esto y aquello, al tiempo que Fer me explicaba que Ginés les había arreglado los papeles del seguro y la matrícula, que había pagado de forma desinteresada un alto ejecutivo del Santander, –desinteresada hasta que lo descubriera–, además de cómo Irene y él se las apañaron para robar el coche del concesionario literalmente sobre los hombros.
Cuando salí del coche los miré a todos con una sonrisa de oreja a oreja, y pensé que merecían unas palabras de agradecimiento. Nunca se me ha dado demasiado bien ese tipo de discursos, así que empecé como buena y malamente pude:
–Chicos, por una parte quería deciros... que si Bakunin levantara la cabeza os arrancaría la cara de un tortazo por haceros llamar anarquistas. Sin embargo tengo que reconocer que me habéis devuelto la ilusión. Y no sólo gracias a los regalos, ni mucho menos, ¡aunque vaya regalos! Sino sobre todo por vosotros mismos, y por estos meses en los que habéis conseguido que no me sienta sola. Conseguisteis hacerme más llevadera la pérdida de Sole, y gracias a vosotros tengo aún esperanzas de recuperarla. Incluso Elendil se ha encargado de que, de algún modo, sintiera su presencia aquí hoy. Sois mis únicos amigos, y no me importa, pues cada uno de vosotros vale por mil. Os quiero de verdad y algún día os lo agradeceré como lo merecéis. Gracias por devolverme las ganas de vivir.
Fue Amalia la primera que se acercó a mí, me abrazó, puso sus labios pegados a mi oreja y susurró:
–Gracias por devolvérmelas a mí, ninfita.
Andreu estuvo en lo cierto. Había salvado la vida de Amalia y no sabía cómo. Aún no lo sabía.

No hay comentarios: