jueves, 6 de agosto de 2009

14- Volar, el Gran Sueño


–¡Cómo se te ocurre hacer algo así sin consultármelo!
Los gritos de mi madre atravesaban los finos tabiques de mi casa, y yo podía oír cada frase de la discusión a la perfección. Se supone que después de tantos años en presencia de las violentas disputas y peleas de mis padres que tenían una frecuencia semanal debía haberme acostumbrado, pero me afectaban casi como si fueran la primera.
Era una noche de invierno cualquiera, yo estaba encerrada en mi habitación, como de costumbre. Lloraba llena de rabia y ansiedad, echada sobre mi cama en postura fetal,  con mis manos agarradas al vestido blanco de Sole. Ella envolvía con sus brazos mi cuerpo, y al son de miles de «ánimo, cariño» y «tranquila, pequeña» me besaba la frente, la mejilla, me limpiaba cada lágrima que manara de mis ojos azules, teñidos de rojo por la irritación. Recuerdo que casi desgarro su vestido con mis manos mientras me aferraba a su cuerpo.
Ella también estaba iracunda, pero contenía su rabia por mí. Después de cinco años en los que hubimos compartido tantas noches como aquella sabíamos exactamente lo que sentíamos ambas al respecto, aunque nunca me atreví a decirlo en voz alta hasta entonces. No podía más. Necesitaba desahogarme.
–Sole… –mi voz era un hilo de seda entrecortado por los espasmos de mi llanto.
–¡La casa es mía y la he vendido porque me ha salido de los cojones!
Vendes un piso para poder drogarte a placer… ¡cabrón!
–Dime tesoro. –La palabra de Sole era un remanso de paz, un diminuto locus amoenus en mitad de aquel caos de gritos y golpes.
–Y pretendes que con tu sueldo de reponedor y el alquiler del otro piso nos llegue para mantener a la familia y para nuestras mierdas, ¿verdad?
–Quiero… –Mi mente luchaba por esconder esas palabras en mi interior para siempre, en no materializarlas por miedo a mi propio ser–, quiero… ¡matarles! ¡Quiero que se mueran los dos, Sole! ¡Odio a mi padre y cuando mi madre va drogada la odio también a ella! Porque no es ella… son dos monstruos y disfrutaría si ahora los viera morir.
Sole calló y se fingió indiferente, tan sólo exteriorizó un polisémico suspiro.
–Para pagar lo que tomamos tendríamos de sobra si encontraras trabajos de verdad, ¡fregona holgazana de mierda!
–Sole… ¿soy mala? –Sin parar de llorar, mi mirada suplicante le pedía consuelo, mientras mis palabras le pedían condena–. ¿Soy mala por querer que mueran?
Sole me cubrió casi por completo con su cuerpo. Su piel fría envolvió mi cuerpo y mi cabeza como si quisiera crear una burbuja con la que separarme del mundo, como si pretendiera impedir que oyera la conversación al otro lado del finísimo tabique.
–¡Que te jodan, bastardo!
–No, cielo. No eres mala en absoluto. Eres humana. –La presión que mis manos hacían sobre su ropa se redujo; yo creía firmemente en sus palabras cálidas, conciliadoras–. Esos sentimientos forman parte de ti del mismo modo que del resto del mundo. Sólo debes intentar convivir con ellos sin hacerles demasiado caso. No he conocido a ninguna persona mejor que tú. Y eso es mucho decir, el mundo está lleno de gente maravillosa y yo he vivido suficiente como para conocer centenares de caras.
Se oyó el ruido de un golpe y el de un cuerpo caer.
–Sole, tú sientes lo mismo, ¿verdad?
–¡Otra vez, jodido cabrón hijo de puta! –El ruido de un portazo resonó por toda la casa–. Eso, ¡lárgate al bar, cerdo!
–Sí. Yo también quiero matarlos.
–Deja de hablar, no respires. El olor de la sangre de mi madre llegará aquí pronto.
–Ya huele, cielo. Salgamos de aquí. –Se incorporó rápidamente–. A mis brazos deprisa, ¡por favor!
Le obedecí ipso facto, y al punto nos encontrábamos en los árboles que hay frente a mi casa, los primeros a la falda de la Garrinada, ocultas las dos mientras veíamos a mi padre salir de casa y marchar al bar. Desapareció calle abajo bajo mi mirada cargada de rencor, fue entonces cuando me di cuenta de que ya no lloraba.
Estaba derrotada, sentada en el suelo y descalza como de costumbre, pero por encima de todo me sentía cargada de rencor. Sole estaba tras de mí, con la vista fija a mi ventana. Tenía los ojos fuera de las órbitas y el color verde de sus ojos se había visto reducido a un fino anillo alrededor de las pupilas dilatadas, su piel estaba helada y su respiración agitada. Sabía lo que todo ello significaba y la saqué del trance.
–¿Cuánto tiempo llevas sin beber sangre?
Me miró. Su cara reflejaba la misma ansiedad, con un matiz de preocupación creciente.
–Sólo desde ayer. Me cargué a una vaca de las de Gerardo.
–No puedes pretender alimentarte sólo de animales. Deberías cazar un par de alimañas y luego tomarte un sorbete de pueblerino.
–¿Por qué te tomas ese tema a broma? –Su ansiedad aumentaba, estaba cargada de rabia contenida, acompañada ahora por la sorpresa ante mi incomprensión. –Cielo, me bebo a los de tu especie, ¿dónde está la gracia?
–No me importa, bebes porque tienes sed, ¿verdad? A muchos de ellos ni siquiera los matas. Tampoco deberías sentirte mal si lo haces; los humanos nos matamos entre nosotros continuamente, y no para alimentarnos. No hace falta que seas más humana que los propios humanos por mí.
Sole No tuvo qué responder a ello. Asintió, cerró los ojos un instante y tomó una resolución:
–Está bien. De vez en cuando beberé un poco de sangre humana. Está visto que no puedo seguir así. Pero esta noche no. Hoy debo cuidarte.
–¡Tranquila! Estaré bien. –No sabía exactamente qué sentía Sole cuando le atacaba la sed, pero siempre habría hecho cualquier cosa por calmarla. Si me lo hubiera pedido, le habría dado hasta la última gota de mi sangre para satisfacerla sin dudarlo un instante–. Te doy permiso para marcharte media horita. Gerardo tiene las vacas mal ocultas, y a estas horas hay algún que otro borracho solitario en el pueblo, entre ellos quizá mi padre. Sólo procura no matarlo. Bueno, si se trata de mi padre no seas demasiado piadosa. Yo esperaré aquí y haré levitar ese tocón, que no se que pinta aquí, porque se supone que está prohibido cortar madera.
Sole me sonrió, cogió mis manos con las suyas y me dio un tierno beso sobre los labios sin dejar de mirarme con agradecimiento a los ojos. Luego se marchó a toda velocidad, no había pasado un segundo cuando la perdí de vista.
Yo hice exactamente lo que le prometí. Centré mi energía en el tocón y lo levanté sin mayor problema. Así mi mente estaría entretenida durante la siguiente media hora. Aún en aquella época, cuando me concentraba en mi poder el mundo desaparecía, el tiempo se paraba. Era capaz de ser consciente del todo sólo cuando movía objetos pequeños como piedras o manzanas –mi comida favorita–, ya que no suponían ningún esfuerzo para mí en aquel entonces.
Sin embargo, levitar aquel tocón me abstrajo completamente de todo lo demás, convirtió los relojes en algo absurdo, y el tiempo era un concepto inconcebible en mi mente que expresaba un pequeño retazo de la eternidad, que a su vez, por estar formado de pura eternidad, era eternidad en sí.

Sole llegó dentro del plazo que habíamos acordado. Se acercó a mí en absoluto silencio y se puso en pie a mis espaldas sin que yo la viera, pero yo sabía tan bien como ella que estaba ahí. No pude oírla, pero si olerla, lo cual incluso ahora me parece sorprendente, porque era capaz de sentir su olor único y fragante desde varios metros de distancia. Algo increíble sobre todo si tengo en cuenta que no sabía diferenciar el olor ni el sabor del helado de vainilla del de nata aunque me rozara con ellos la nariz, y de hecho los distinguía sólo porque el de nata me daba dolor de barriga.
Yo bajé el tocón al suelo lentamente, me giré y salté sobre ella para agarrarme con fuerza y abrazarla bien. Noté su sangre caliente. Su respiración era calmada y sus pómulos y labios habían tomado un tinte rojizo. Pero me percaté de algo más. Su serenidad no era calma, sino contención, arrepentimiento, frustración. Acerqué mis labios a su oreja, cubierta por su hermoso cabello que relucía como la misma sangre a la luz de la luna creciente, y le hablé en tono conciliador:
–Se te ha ido la mano, ¿verdad?
Asintió humillada y me envolvió con sus brazos. No me importaba si había matado a alguien. No era mala. Era mi amiga, mi madre, mi amante y todo lo que podía necesitar en el mundo. Ella me estaba criando. No, no hay forma convencerme de que fuera mala. Sólo el hambre la hace matar. No es más cruel que quien pesca o caza su propia comida.
–Ese tocón… ¿lo has mantenido en alto todo este tiempo? –Dijo con un ánimo de apariencia completamente distinta para cambiar rápidamente de tema.
–Sí. Cada vez voy mejor y además he sido capaz de percatarme de tu olor al mismo tiempo.
–¿Te das cuenta de lo que significa eso? ¡Debe pesar unos treinta quilos!
Aún no entendía a qué se debía tanta sorpresa. Treinta kilos, ¿y qué?
–Sí, no es una manzana precisamente, por eso digo que…
–¿Cuánto pesabas la última vez que fuiste a la farmacia?
Entonces lo entendí. La miré con los ojos brillantes, como cuando te prometen que el viaje de tus sueños llegará pronto.
–¡Veintidós y doscientos gramos! ¡Soy capaz de levantar un peso mayor que el mío!
–¿Veintidós? –Volvió a cambiar de tono, esta vez al de reproche, como si fuera culpa mía pesar tan poco–. Estás bastante canija para tu edad.
–Ya, el médico dice que es genético, que no espere alcanzar el metro sesenta ni a pesar los cincuenta kilos.
–Te vas por los cerros de Úbeda, como siempre. Níobe, cielo. ¿Te das cuenta? Puedes proyectar esa fuerza hacia fuera. Pero ¿has probado alguna vez a centrarla en ti misma?
–Normalmente creo una línea imaginaria con mis manos o con mis ojos. Como una lanza desde la que proyecto mi energía. No sé cómo podría usarla sobre mí.
–¿Has intentado hacer que la energía te recubra? Ya sabes, no sólo las manos o los ojos, sino todo tu cuerpo. Creo que si aprendieras a enviar tu energía a través de todo tu ser serías capaz de hacerte levitar a ti misma.
No dije una palabra. La sola idea de poder volar me entusiasmó tanto que no pude esperar para enviar la energía a otras partes de mi cuerpo. Pensé que lo más fácil después de los brazos serían las piernas, ya que también tenían la forma alargada y puntiaguda que necesitaba. Cerré los ojos y puse todo mi empeño. Noté cómo la corriente bajaba a través de mi torso, llegaba a la pelvis y comenzaba a recubrir mis muslos. Recubrir sin atravesar, pensaba para aferrarme a la idea de que la energía no debía salir de mí.
Me puse de puntillas lentamente, y noté cómo mis piernas perdían la carga de todo el peso de mi cuerpo. No sentía molestia alguna apoyada en el suelo sólo por los pulgares de mis pies. Faltaba poco, muy poco para conseguirlo. Hice un esfuerzo para intentar no lanzar la energía al final de los pulgares. Pero no pude. Salió fuera de súbito y me hizo salir despedida a casi un metro de distancia. Me habría dejado los dientes contra una piedra si Sole no hubiera estado allí para sujetarme.
Nos miramos boquiabiertas, fascinadas por lo que acabábamos de vivir. Mi corazón latía a galope y el suyo, aunque parado, compartía mi emoción. Tenía la fuerza suficiente como para levantarme del suelo y echar a volar, pese a que la parte de “echar” la tuviera más asumida que la de “volar”. Lo único que tenía que hacer era aprender a canalizarla del modo correcto.

Así terminó todo lo que tuvo de interesante aquella noche. Continuamos las prácticas de vuelo sin motor las noches siguientes, con escasos avances, salvo quizá sostener mi cuerpo durante cada vez más tiempo.
Me divertí con mi poder de forma completamente ajena a lo que ocurriría apenas unas semanas después, la primera vez que me enfrentaría a un contacto directo con la muerte, en el que mi creciente poder participaría de forma activa. Hasta hace muy poco me empeñaba en tratar de averiguar si fue para bien o para mal.

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