miércoles, 9 de septiembre de 2009

20- Alianza



Desperté en un lugar totalmente desconocido, y a la vez absolutamente cómodo. Abrí los ojos,  pero la oscuridad se cernía por toda la habitación, como si se burlara de mi gesto, por lo que tuve que guiarme por el resto de mis sentidos. El lugar donde estaba era blando y con un tacto textil: una cama. Pasé mi mano por su borde para asegurarme, y confirmé que se trataba de una cama de matrimonio. El olor que venía a mí era de yeso húmedo y de restos de madera quemada hacía tiempo, como el que tiene una casa con chimenea en invierto, por lo que supuse que estaba en la habitación de una casa antigua.
 Palpé a los lados de la cabecera de la cama en busca de un interruptor, o al menos de una mesita con una lámpara. Encontré la mesita, y un objeto alargado, sin cables. ¿Podía ser un candelabro? Sí, este cilindro alargado es de cera, huele a fresas y está sin estrenar. Supuse que debería buscar algo para encenderlo, así que continué mi búsqueda por la superficie de la mesita. No me costó mucho encontrar el mechero sobre la misma justo al lado de donde estaba el candelabro, fuera quien fuere mi anfitrión lo había preparado todo para mi comodidad.
Encendí la vela y la luz que emitía el pabilo me descubrió el resto de la habitación. Me habían limpiado los restos de sangre y cambiado la ropa, llevaba un camisón blanco hasta las rodillas, pero no me habían quitado la cruz. La escasa decoración me dio a entender que los dueños de la casa no usaban mucho ese cuarto. Tan sólo había una cama, dos mesitas, un viejo ropero en la parte izquierda de la cama, un sillón de mimbre junto a la puerta que estaba a un par de metros frente a los pies del lecho, y una pequeña ventana.
La ventana levantó en mí las primeras sospechas. No había persiana, y a cambio las hojas eran de madera en lugar de vidrio, lo que impedía por completo el paso de la luz. Dejé el candelabro en la mesita y me dirigí hacia ella, la abrí y a mis ojos los golpeó la luz crepuscular. Cuando se hubieron acostumbrado a la luz comprobé que seguía en el bosque. Asomé el cuerpo por el vano y miré hacia abajo. ¡El romero y la salvia! Los dos parterres estaban justo bajo mi ventana. Ya no cabía duda: ya casi era de noche y por algún motivo que aún desconocía los mismos vampiros que me habían tendido una trampa hacia la muerte me habían acogido en su casa.
Entonces el recuerdo de la masacre que protagonicé me golpeó la mente. No tuve demasiado tiempo para pensar en ello, (aunque por supuesto no sentía arrepentimiento), porque de pronto se oyó cómo golpeaban la puerta.
–¿Se puede? –Dijo una voz masculina al otro lado.
–Un momento. –Cerré la ventana para que la luz no lo dañara–. Ya.
La puerta se abrió mientras yo recibía a quien entrara quieta junto al pie de la cama, y apareció la hermosa figura de un vampiro. Debió ser transformado cuando tenía unos treinta años, pues sus rasgos estaban más marcados que los transformados jóvenes. Tenía el pelo corto y castaño, y vestía una camisa blanca con pequeñas rayas negras y pantalones vaqueros.
–Siento el asunto de la iluminación, es difícil traer electricidad a este punto del bosque, y en esta planta no hay cableado. Permíteme que me presente. –Su cara ceñía una amigable sonrisa mientras me tendía su mano, que yo estreché firmemente, aún confusa–. Mi nombre es Andreu. Quiero pedirte disculpas por el terrible incidente de ayer, y al mismo tiempo darte las gracias y ofrecerte nuestra hospitalidad.
–Hola, yo soy…
–Níobe, ¿Verdad? –Me interrumpió tranquilo–. Ya lo sé. El descuidado de Fernando me lo dijo. Ahora mismo no se encuentra en casa, acaba de llamar y está a la espera del anochecer para venir desde Girona con Amalia, la única habitante de esta casa que aún no conoces.
–Entonces Fernando debe ser el que quiso matarme, pero fue tan cobarde que decidió no hacerlo él mismo –apunté suspicaz.
Andreu guardó silencio durante unos segundos. Se había dado cuenta de que tenía demasiadas cosas que explicarme como para ir tan deprisa. Cambió el sentido de la conversación:
–Debes estar aún agotada. Es difícil vencer a tres neófitos incluso para un vampiro adulto. ¿Tienes hambre? Hace siglos que no preparo nada de cocinar, pero te puedo ofrecer ensaladas y fruta.
–Estupendo, soy vegetariana. ¿Tienes manzanas?
–Sí, recién cogidas del árbol. ¿Qué más quieres?
–Por ahora con una manzana y un vaso de agua tengo suficiente, no estoy acostumbrada a comer demasiado.
–Está bien. Voy a por ello. Si necesitas ir al baño, hay uno nada más salir de la habitación. Primera puerta a la izquierda.
Salió de la habitación y volvió apenas pasados untar de segundos con una Granny Smith en una mano, un vaso y una jarra de agua helada en la otra, y mi macuto echado a la espalda. Me dio la manzana, dejó el macuto en el suelo junto a mí, llenó el vaso de agua y me lo dejó en la mesita.
Yo me senté en el borde de la cama y comencé a comer. Él cogió la silla de mimbre y se sentó junto a mí.
–Puedo prepararte un baño para después del aperitivo si quieres.
–¿Se siente culpable por lo de anoche? –Dije en tono indiferente mientras devoraba la manzana, en parte abrumada por tanta hospitalidad.
–Sí, realmente sí –respondió con la cabeza agachada.
–¿Por qué? Sole me dijo que según la legislatura peninsular estáis obligados a matar a cualquier humano que conozca de vuestra existencia.
–Sole no debió contarte que hay excepciones.
–¿Excepciones?
Por un momento paré de comer sorprendida.
–Sí, pero hay mucho que explicar a ese respecto, y acerca de otros asuntos. Por ejemplo, me encantaría que me contaras cómo eres capaz de matar a tres vampiros usando dos armas de lo más inútiles para un ser humano, cortas y con más de veinte quilos de peso cada una, porque no pareces una culturista precisamente. Pero tendremos esa conversación más adelante, cuando estés alimentada, limpia y cómoda.

Tras comer la manzana y beber agua me di un refrescante baño con gel olor a rosas y champú fortificante para el cabello. La verdad es que me vino bastante bien, ya que aunque sí que me bañaba a diario no había vuelto a probar más jabón que el hecho por mí misma con restos de aceite desde que me trasladé al refugio.
Luego me puse la ropa de Amalia que Andreu me había dejado preparada junto a la puerta del baño, la mía aún estaba tendida fuera. Se trataba de una camisa entallada negra que me quedaba como un guante y unos pitillos vaqueros que me hicieron recordar que mi culo es ligeramente respingón.
Bajé las escaleras que había al final del pasillo, a la derecha de la habitación donde había dormido y llegué a amplio cuarto de estar, bellamente decorado al estilo de uno de esos antros donde fluye la cerveza y el agua no se emplea ni para limpiar las manchas de vómito, con luz eléctrica, tres sofás desaliñados que flanqueaban tres partes de una mesa de café, un buen equipo de música, una chimenea y una televisión con apariencia de no tener demasiada utilidad, todo enmarcado por unas paredes estucadas a medio pintar en verde pistacho donde colgaban pañuelos de grupos como Aerosmith, Queen o los Guns & Roses.
–Perdona el aspecto de nuestra casa. Es cosa de Fernando, es el más joven del grupo y el único que se ha adaptado del todo al gusto del nuevo siglo, aunque sigue un poco anclado en el mundo de los ochenta.
–No importa, la decoración es mucho mejor que la de mi casa. Debe ser ya de noche, ¿No?
–Cierto, son las diez. Ponte cómoda mientras abro las ventanas, debes estar agobiada por el aire viciado de aquí dentro.
Me senté en uno de los tres sofás que había rodeaban la tele, y cogí el vaso de agua que Andreu se había encargado de poner en la mesa de café. También había bajado el macuto. Lo abrí para comprobar que estaba todo dentro. Las armas estaban enfundadas, limpias y brillantes, los mitones intactos, mi monedero vacío de tela, los tapones y mis gafas de aviador. Sí, todo en orden. Cerré el macuto y levanté la mirada. Andreu estaba en el sofá contiguo, con postura relajada y las piernas cruzadas. Comencé a hablar:
–Los vampiros a los que maté anoche eran vuestros enemigos, ¿verdad?
–Sí aunque aún no tenemos muy claro por qué. Simplemente, aparecieron una noche, hace un par de meses en el mismo claro en el que te enfrentaste a ellos, aunque el número era mucho mayor. Emboscaron a Soledad y a otro amigo, Manuel. A ella la raptaron y a él lo mataron. Era el compañero de Amalia, así que intentamos no mencionarlo demasiado en su presencia.
–Entendido, no lo traeré a colación. Creo que empiezo a entender por qué Fernando me llevó a una muerte segura.
–¿De veras?
–Sólo podría entenderlo si Fernando estaba solo en casa en el momento en que yo llegué.
–Así es, estaba completamente solo, –respondió intrigado por escuchar mi teoría.
Yo activé la manivela que había en mi cabeza, ésa que está rodeada de engranajes polvorientos y llenos de telarañas a causa del desuso y con una diminuta señal en la que está escrita la palabra “pensar”.
–Vale, vosotros sabríais de alguna manera que aún no logro entender que anoche llegaría el ataque de los vampiros, seguramente a las primeras horas de la noche, y fuisteis en busca de ayuda. Pero Fernando estaba aterrado con la idea de que no pudierais llegar a tiempo para defenderos del ataque.
–Como así habría sido, de hecho. Fernando habría tenido que enfrentarse a ellos solo y quizá habría muerto.
–Entonces, en lugar de ejecutarme como debía hacer según la norma vampírica decidió enviarme como entretenimiento para los vampiros y así ganar el tiempo necesario como para que llegarais. ¿He acertado en algo?
–Eres muy intuitiva. ¡Has acertado en casi todo! Estoy sorprendido. Pero dime, ¿cómo sabías que venían a por nosotros?
–Interrogué a uno de ellos antes de matarlo.
Dio un respingo y arrugó la frente.
–No sólo los venciste a los tres sino que te diste el lujo de interrogar a uno.
–Mientras me comía una manzana.
–Respecto a este asunto, tengo una pregunta. ¿Cómo?
–Suelo llevar una en el macuto.
–¡No me refería a la manzana! Níobe. ¿Qué edad tienes?
–Diecisiete. Cumpliré los dieciocho en agosto.
–¿Cómo una humana de diecisiete años puede acabar con tres monstruos despiadados y sedientos de sangre?
–¡Ah! Lo siento. Creí que Sole os había hablado de ello.
–Sole no dijo nada de ti salvo que había encontrado a su compañera y necesitaba tiempo para que creciera. No nos dijo ni tu nombre, ni dónde vivías, ni cómo eras. Por eso Fernando actuó de esa manera.
–Te lo demostraré entonces.
Tras decir esto metí la mano en el macuto y saqué una de mis armas. La desenvainé, la empuñé y sin ningún esfuerzo la alcé sobre mi cabeza. Deslicé mi mano fuera de la empuñadura y la dejé suspendida sobre mi cabeza. Andreu quedó boquiabierto y sin poder apartar la vista del arma. Se levantó y se acercó a ella para inspeccionar el fenómeno más de cerca. Yo lo miraba divertida.
–Telekinesia, –apunté.
–Es evidente que no eres lo que se dice una humana normal. Ahora entiendo por qué Sole te mantuvo en secreto profundo hasta para nosotros. Tu poder en malas manos podría ser muy peligroso.
–Cierto… –suspiré–, por eso llevo un régimen de vida pacífico. Anoche sentí por primera vez las consecuencias de ser criada por un vampiro.
–¿Consecuencias?
Me miró sorprendido mientras cogía el arma del aire. ¿Qué consecuencias podría tener que te criara un monstruo despiadado que se alimenta de los de tu especie?
–Problemas de temperamento, ya sabes. Ese tema de entrar en frenesí y obtener placer a partir de la agonía de las presas me vino bastante bien en realidad. Mis fuerzas y mi capacidad mental se multiplicaron, si no, nunca habría vencido en aquella pelea.
–Ya entiendo.
–A propósito de la pelea. Los cuerpos…
–Están carbonizados, tranquila. Llegamos al claro pocos minutos después de que desfallecieras, de hecho te oímos caer al suelo. Tuviste suerte de no desmoronarte sobre el arma. Una herida hecha por un filo de titanio con partículas de diamante es difícil de cicatrizar.
–¡Qué! ¿En qué estaba pensando Sole cuando me regaló esto?
–Seguramente en salvarte la vida. Es una obra maestra diseñada para matar vampiros. Ha sido forjada por un herrero y orfebre toledano con varios siglos de experiencia. Me hizo ir a Toledo para recogerlas y no dejarte sola ninguna noche. Yo sabía que era para ti, aunque desconociera tu nombre y tu aspecto, pero no entendí cómo podrías usarlas. De ti sólo sabíamos que eras una protecta.
Quedé completamente extrañada ante aquella denominación. ¿Protecta? ¿Yo? ¿Por qué?
–¿Protecta? ¿Protegida? ¿Qué es eso? ¿Tiene algo que ver sobre lo que has dicho antes acerca de las excepciones?
–Exactamente. Eres intocable para cualquier vampiro de la península. No sólo tienes derecho a conocer nuestra existencia, sino que además no podemos ni atacarte ni hacer omisión de socorro, bajo pena de muerte. Posees el título de excellentissima Prima Protecta.
–Pero ¿por qué yo? –Dije sorprendida–. ¿Qué tengo aparte de la telekinesia que me deje por encima de los demás humanos a vuestros ojos?
–La Cruz Tutelar.
Ahora sí que me había perdido por completo. Bajé la mirada a mi colgante. Era la única cruz a la que se podía referir.
¿Eso era? Ni poderes mágicos, ni ancestros guardianes de mi salud, ni nada parecido. ¿Era un simple emblema para mi identificación? La sujeté con mi mano y miré a Andreu. Él asintió para confirmar mis pensamientos. Ahora la que estaba boquiabierta y con la frente repleta de arrugas era yo. ¿Por qué Marga me daría la Cruz? ¿Cómo la obtuvo ella? La voz de Andreu me sacó de mi abstracción:
–Veo que no sabes mucho acerca de ella.
–Sólo que me protegería. Pero siempre creí que era algo así como un talismán de la buena suerte.
Emitió una cálida y reconfortante carcajada.
–Te explicaré su procedencia. Los vástagos de hace más de setecientos años se dieron cuenta de que la ley de proteger con celoso secreto nuestra existencia hacia todos los humanos y la ejecución sistemática de aquellos que nos conocieran podía llegar a ser sumamente injusta, pues algunos humanos, aun conociendo nuestra naturaleza, nos han protegido de otros humanos e incluso nos han llegado a salvar la vida con actos como el tuyo de anoche.
»Así que se firmó un pacto mediante el cual algunos humanos quedarían exentos del castigo si juraban proteger el secreto. Los humanos elegidos, los protecti, deberían llevar como identificación una Cruz Tutelar, creada por el mismo vampiro que creó tus armas. Se crearon cinco en total, muy parecidas en la forma. Tres de ellas son actualmente posesión del Tutor Maximus, el anciano que se dedica a que se cumpla esta ley, miembro venerable base del Consejo Vampírico Peninsular, formado por los líderes de los clanes más importantes de la península. Es de hecho el único miembro de ese Consejo que nos cae bien. Los demás son un puñado de sabandijas sedientas de poder. Pero ese es otro asunto. ¿Has entendido la cuestión acerca de tu Cruz?
–Sí, lo único que no tengo claro es en qué he ayudado yo a los vampiros para tenerla.
–El portador de la cruz tiene derecho a legarla a alguien que se convertirá en un protegido. Sólo si el protegido muere sin entregar la cruz de mano a mano a su sucesor, o mediante un intermediario siempre que haya una prueba escrita que demuestre que la entrega es directa, vuelve a manos del Consejo. Por ahora sólo hay dos protegidos en la península, tú y alguien a quien desconozco por completo, pues sólo el Tutor Maximus tiene acceso a las listas con las líneas sucesorias de los protegidos.
–¡Vaya! Soy una chica con suerte por lo que entiendo. Ahora entiendo la importancia de llevarla por fuera.
–Sí, le habrías ahorrado a Fernando correr el riesgo de ser ejecutado. –Calló unos segundos–. Por cierto, empiezo a oír el trote de Fernando y Amalia, y parece que han encontrado ayuda, ya están aquí. Saben de tu presencia, pero es mejor que no te vean nada más entrar, creo que lo mejor será que esperes en la habitación, ¿de acuerdo?
–Sí, claro.
Me puse en pie.
–Sube tus cosas, –añadió al tiempo que me daba el arma que había tenido en las manos.
 La cogí y me eché el macuto al hombro. Tomé también el vaso de agua, subí las escaleras y cerré la puerta de la habitación nada más entrar. Dejé el macuto y oí abrirse la puerta con una oleada de gritos:
–¡Idiota! ¡Eres idiota, Fernando! –La voz de la que supuse que era Amalia llegaba algo apagada, pero clara a la habitación–. ¿Cómo se te ocurre tomar una carga tan importante?
–Necesitábamos ayuda, ¿No? ¿Nos han ofrecido ayuda o el más mínimo apoyo los de Girona? No. ¿Y los provinciales de Barcelona? ¡Caso omiso! No hay más opción que ésta.
Esa voz ya la conocía, Fernando se defendía como buenamente podía, con un tono muy distinto al sereno y altivo que empleó el día anterior.
–¿Sabes los cuidados que hay que tener con una chiquilla? ¡Pueden ser un peligro tanto para los humanos y una carga para nosotros mismos!
–Lo siento. No quiero ser un estorbo para nadie, –dijo la voz llorosa de una mujer. Una voz que me resultaba un tanto familiar.
–A ver, chicos, calmaos. Os recuerdo que tenemos una invitada.
La voz serena pero autoritaria de Andreu se alzó en mitad de la discusión. De pronto todos bajaron el tono de modo que no podía percatarme de lo que decían.
Pasaron unos minutos en los que no entendí nada de lo que decían abajo. Abrí la ventana e hice la cama. Me eché sobre ella y cerré los ojos para tratar de asimilar todo lo que había aprendido en una sola conversación.
El olor fragante de los árboles del bosque y de la tierra húmeda me transportó a un estado de bienestar total. Pronto tocaron a la puerta. Yo me incorporé y les di el paso.
Volvió a abrir Andreu, que entró en la habitación con un candil para alumbrar la habitación, aunque no era necesario ya que la luz de la Luna entraba por la ventana e iluminaba de manera más que suficiente.
–Ya puedes bajar. Voy a presentarte a los chicos.
Salió por la puerta y lo seguí. Bajamos las escaleras hacia la habitación iluminada. Allí sólo había dos de los tres vampiros a los que había oído hablar: Fernando y una de las chicas. Ella se levantó de un salto, de pronto alegre y excitada, y me dio dos besos:
–¡Te conozco! ¡Eres la ninfa del río! –Gritó completamente entusiasmada.
–Que soy… ¡¿Qué?!
Que alguien me de un diccionario para entender a esta jauría.
–Así que Níobe es la famosa ninfa de la que hablaste tiempo ha –dijo Andreu divertido.
–Quiero que sepas que admiro tu valor, que te debemos una bien grande, que es un verdadero placer conocerte y que me encantaría volverte a ver bailar sobre las aguas del río, –dijo Amalia con aire apasionado. Desde luego no parecía la misma que había gritado llena de cólera a Fernando hacía unos minutos.
Amalia era preciosa. Sus pómulos eran ligeramente más grandes de lo normal, lo que le daba un atractivo especial al que ya de por sí tienen la mayoría de vampiros de la península. No era muy alta, apenas cinco centímetros más que yo, y sus ojos marrones transmitían una luz especial, como una hoguera con la que alguien se hubiera obsesionado por mantener bien encendida. Se hizo a un lado y miró a Fernando, que estaba serio, como enfadado, y tenía la mirada gacha.
Se levantó sin alzar la cabeza y caminó hacia mí muy despacio, vacilante. Se paró a escasos centímetros de mí. Tragué saliva ante el temor a que me atacara de pronto. Pero no fue así, sino que me abrazó. Me cubrió casi por completo con su largo cuerpo y me perdí más confusa de lo que había estado en mi vida en su chaqueta de cuero. Me asía con fuerza. No podía guardar rencor hacia alguien que me abrazaba de ese modo, y pronto cedí y puse mis manos en sus costados para devolverle el abrazo de forma mucho más distante.
–Lo siento, –musitó–. Lo siento muchísimo, yo… no creí que fueras la amante de Soledad, ni por supuesto una protegida. Jamás imaginé que me salvarías la vida y estaba desesperado. Lo siento. Por favor, perdóname.
Sin más se puso de rodillas frente a mí y me cogió la mano derecha. Yo me ruboricé, los demás lo miraron sorprendidos. Por las caras de los demás daba la sensación de que arrodillarse entre ellos implica mucho más de lo que ya supone. Fernando me miró desde allá abajo, (todo lo bajo que puede estar un hombre de dos metros arrodillado ante una niña de metro y medio), y prosiguió:
– Perdóname, y a cambio haré por ti cualquier cosa, lo que quieras. Te lo debo y no saldaré mi deuda hasta que tú lo consideres oportuno.
Yo me quedé paralizada. Jamás habría esperado esa reacción. Me repuse y le respondí, serena pero firme:
–Fernando, ponte en pie y mírame a la cara.
Él obedeció sin más. Los ojos grandes y negros de Fernando me miraban suplicantes, como si necesitara mi perdón para seguir con vida más allá de aquella noche.
–Te perdono, –Proseguí–. Entiendo tu motivación y no puedo culparte por tus actos, la vida es un tesoro demasiado valioso como para no dar a desconocidas como yo a cambio de conservarla. No te voy a ordenar nada, porque no creo en las órdenes. Sin embargo sí te diré algo, a modo de petición. Quiero rescatar a mi compañera. Sole está encerrada y torturada, esclavizada por esos tales Gustavo y Gabrielle. Te pido, (no te ordeno), que me ayudes a salvar a mi compañera en la medida que quieras y te sea posible. Nada más.
Fernando volvió a tomar mi mano y la besó. Volví a ruborizarme.
–Te juro que encontraras y rescatarás a Sole, y yo haré cuanto esté en mi mano para que lo logres, aunque eso signifique mi muerte. Quiero demostrarte que pese a mis actos de anoche soy noble. Tú me salvaste la vida cuando yo me consideraba enemigo tuyo, si es necesario moriré por salvarte como tu aliado.
–Noble eres sin duda. Pocos vampiros agachan la mirada ante la presencia de un humano. Cualquier otro habría intentado matarme pese a todo.
Mis palabras fueron completamente sinceras. No sentía rencor, sólo unas ansias irrefrenables de rescatar a Sole por encima de todo, y de pronto tenía un escudero dispuesto a darlo todo para propiciar mi misión.
–Creo –dijo Andreu en tono sosegado–, que es hora de que conozcas a la nueva miembro del grupo. Fernando, tráela.
Fernando se retiró con una reverencia y fue mucho más decidido a una puerta que había en la planta baja de la casa debajo de las escaleras, de la cual aún no me había percatado, y salió de la oscuridad con las manos aferradas a la neófita, con su brazo sobre el hombro de ella.
No pude creer que era quien vi cuando cruzaron el umbral de la puerta. ¡Era Irene! La misma criaja maleducada que había despotricado contra mí durante años por ser “la chica rara” era ahora una vampiresa, sin duda un fuerte golpe del karma. No pude evitar que se me escapara una pequeña risa. Irene me miró llena de sorpresa:
–¡Tú! –Farfulló sorprendida–. ¡Tú estabas muerta! Todos en el pueblo te creíamos muerta.
–Sin embargo yo te creía viva y así estas –dije entre risas–. ¡Vaya Irene! Estás mucho más guapa que la última vez que te vi.
–Eres una zorra –espetó indignada–, ¿cómo tienes los cojones de desaparecer de pronto en un incendio y no demostrar al pueblo que seguías viva?
–¿Y perderme toda la diversión de este mundo? Ni hablar.
–Pero estás oficialmente muerta. Hay una placa en el cementerio que te conmemora como si fueras una heroína o algo así, –gritó en una risa nerviosa.
–Placa que habréis pagado los olotinos con vuestros impuestos –apunté sin dejar de carcajear. Cuando me pude calmar continué, en un tono más calmado y sincero–: Bienvenida a mi mundo, querida enemiga. Ahora vas a saber lo que es ser rara de verdad.
–Y pensar que te he llamado bruja. Qué razón tenía.
–Y pensar que te he llamado humana. A todo ello, ¿por qué comenzaste a insultarme? –Le dije en un burlesco tono de incriminación.
–Supongo que por que te odiaba, y me parecías la más insoportablemente rara de la clase –masculló en su defensa–. Nunca intentaste trabar amistad con nosotros. ¡Y para colmo llevabas a David de calle!
–Ya habrás oído todo lo que concierne a Sole. ¿De verdad crees que buscaba algo con David?
Irene miró a Fernando con una sonrisa lasciva en la cara antes de contestar con las palabras “que idiota he sido” grabadas a fuego en la mirada:
–No. Bollera de mierda, ¿cómo no me di cuenta de que pasabas de él y de que toda la historia de “tu-pri-ma-la-de-Gi-ro-na” era un cuento?
Me miró unos segundos, parecía que intentaba reorganizar su cabeza. Por un momento agachó la mirada al tiempo que suspiraba con gesto resignado. Luego me tendió su mano y añadió:
–¿Cosas del pasado?
–En el pasado queda, Irene –respondí, sin ningún tipo de rencor en mi corazón cuando estreché su diestra. Luego añadí en tono más serio hacia todos–: ¿Me ayudaréis a recuperar a Sole?
Todos asintieron al unísono. Era evidente que habían pasado mucho tiempo aburridos en casa y de pronto habían encontrado una forma de divertirse, se habrían apuntado a un bombardeo. Amalia dio un paso al frente y habló en nombre suyo y de los demás, con los ojos vidriosos:
–Haremos todo cuanto esté en nuestra mano por acabar con el clan de Gabrielle, recuperaremos la libertad que teníamos antes de su llegada y rescataremos a Soledad. Prometido.
Abracé con toda mi efusividad a Amalia. Era con diferencia la más cariñosa de todos, quizá porque su naturaleza era así, o por el vacío que le había dejado la reciente pérdida de su compañero. Sabía que lucharía codo con codo junto a mí, porque les guardaba tanto o más rencor como yo.
El odio, la ira y la muerte son la mejor forma de que dos vampiros se unan si no es mutuo, eso nos convertía casi de forma automática en amigas en tanto que compañeras de trinchera. Y en aquel abrazo decidí entregar mi vida por su causa y sentí que ella la entregaría por la mía si era necesario. Nuestros corazones eran un cúmulo de sentimientos hermanos: el deseo de venganza, de recuperar el amor perdido y de luchar por nuestra propia libertad. Nada, ni siquiera la muerte, nos debía separar si queríamos vencer al pequeño pero molesto ejército de Gabrielle y Gustavo. Y de hecho nada en absoluto nos separaría.

No hay comentarios: