sábado, 26 de septiembre de 2009

22- El Incendio




Pasados unos momentos retomé el hilo de mi historia, y expliqué a los chicos cómo había llegado a aquella situación.
–Como me parece que ya he dicho, Sole me ayudó a construir mi refugio en el bosque, mi actual hogar, me regaló las armas que ya habéis visto y me enseñó a usarlas. Durante más de dos años fui adiestrada para despedazar neófitos y burlar a vampiros adultos.
»Una vez incluso pude aplicar lo que aprendí con un chiquillo, siervo de Gustavo, que había sido enviado para rastrearla. Le impedí moverse mientras lo despedazaba y me enseñó a incinerar y repartir los restos. El incendio al que Irene se refiere ocurrió la misma noche que la batalla del claro, hace algo más de dos meses.
»Fue la noche de un sábado cualquiera. Mi madre en la cocina, freía san jacobos cuando yo me encontraba en mi habitación, a la espera de que mi padre llegara, de que ambos cenaran y se fueran a la cama para fugarme por la ventana como hacía cada noche e ir al bosque con Sole. Pero aquella noche, todo fue distinto. Mi madre había tomado farlopa, como se hizo más habitual en aquellos últimos meses, además de algo de whisky, la botella medio llena aún se encontraba sobre la mesa. Mi padre llegó del bar, drogado y borracho, mucho peor que ella, y tuvo lugar una de sus muchas discusiones. Pero esta alcanzó cotas mucho mayores que las anteriores.
»No recuerdo a qué asunto se debía la discusión, pero como era de costumbre en estas peleas, mi padre golpeó a mi madre. Esta vez ella se defendió. Estaba harta de cada golpe y decidió de pronto que aquél sería el último. Oí el ruido de un cajón abrirse con energía, y entreabrí la puerta para ver lo que ocurría, justo en el momento más –o menos– indicado.
»Mi padre había abierto el cajón y sacaba un cuchillo como respuesta al empujón de mi madre. Ya lo tenía fuera cuando mi madre, que se había incorporado. Tomó la botella de ginebra por el cuello con las dos manos, y le asestó con ella un golpe en la cabeza, por la parte donde el ojo tuerto de mi padre le impedía ver el ataque. Mi padre cayó sangrante sobre la encimera de la cocina.
»Mi madre tomó el cuchillo y se lo clavó en la nuca con todas sus fuerzas tres veces seguidas. Vi cómo mi madre clavaba el cuchillo con energía y lo sacaba después con dificultad desde mi palco privilegiado. Estaba tan entretenida en su tarea que no se percató de la botella de ginebra, rota contra el cráneo de mi padre, el alcohol derramado había prendido con la llama del fogón. Ella se habría arrepentido sin duda inmediatamente después de darse cuenta de lo que acababa de hacer, y habría intentado matarse ella misma si alguien no se le hubiera adelantado.
»La ventana se rompió al paso de aquel vampiro. Era Adrián, el neófito al que interrogué antes de matar anoche, al que Fernando olió tras la batalla del claro de aquella noche. Entonces era un chiquillo de poco más de la edad que tiene ahora Irene. Irrumpió atraído por el olor de la sangre y se abalanzó sobre mi madre. Le rodeó el pecho con un brazo mientras con el otro le cogió la cabeza y le partió el cuello sin ningún esfuerzo. Como sus colmillos apenas estaban desarrollados, desgarró el cuello de mi madre de un mordisco, y la sangre brotó para deleite de esa boca.
»Supe que si no huía de allí en ese mismo instante moriría con ella, así que, aún sin poder creer lo que acababa de vivir, agarré el macuto con todo mi equipaje habitual, cogí un peluche al que le tengo especial cariño, y salí al aire por la ventana hacia mi refugio.
»No fue hasta que hube llegado al refugio cuando fui realmente consciente de lo que había ocurrido. Mis padres habían muerto, ya no tenía familia, y por lo que sabía de Sole, aquel chiquillo comprendía pese a su juventud la importancia de tomar precauciones en este tipo de muertes, por lo que habría avivado el fuego y en esos momentos mi casa estaría en llamas para eliminar las pruebas del ataque. Ya no tenía techo, ni familia, ni siquiera sabía si volvería a ver a Sole, pues, ¿qué sino ella pudo atraer al vampiro hasta un pueblo como Olot? –Noté que mis ojos se habían inundado de lágrimas mientras contaba la historia–. Entonces corrí a la habitación y me eché sobre mi lecho. No pude parar de llorar aquella noche.
»No recuerdo cuantas horas dormí aquel día, pero decidí esperar a la caída de la noche para ir a echar un vistazo en lo que antes era mi casa. El incendio no se había propagado ni a otras plantas ni a edificios contiguos, ni a los cercanos árboles de la Garrinada. Primero rebusqué por las calles y casas cercanas cuidando no ser vista, en busca de un periódico con el que asegurarme que mi nombre no aparecía como superviviente.
»Como imaginaba, apenas se encontraron restos. Los humanos, completamente calcinados y la policía científica con la cabeza hundida en el análisis de los restos. Se suponía la muerte de los tres habitantes de la casa, pero nada era concluyente puesto que faltaba un cuerpo. El resto era palabrería y divagaciones de un periodista obligado a rellenar con retórica vacía un artículo morboso del que sus superiores sacarían un buen pellizco si pateaba los intestinos de los lectores con la fuerza suficiente como para que pidieran otra patada.
»Después decidí volver a mi casa e inspeccionar qué podía rescatar de utilidad. No me fue necesario entrar en ella. En cuanto me posé sobre el tejado a dos aguas me percaté de que una de las tejas había sido movida, un pequeño detalle que casi cualquiera, menos yo, pasaría por alto, por lo que supe al instante que la teja se había girado para atraerme, por alguien que me conocía tan bien como yo misma. La levanté y encontré, intactos, un fajo de documentos de gran valor. La única explicación que encontré fue que Sole los había rescatado de las llamas justo a tiempo, porque era estrictamente necesario que llegaran a mí. Los tomé todos, los eché al macuto y volví a mi refugio para inspeccionarlos antes de que alguien del pueblo me viera.
–Recuerdo aquel día –dijo Irene serena, pero triste–. Todos lloramos tu muerte, incluida yo aunque me cueste reconocerlo. David aún va a sesiones con el psicopedagogo del instituto. Va a repetir curso una vez más.
–Lo siento muchísimo por él. ¡Pero hice todo lo posible para que os mantuvierais distanciados de mí por si algo de esto ocurría! Además, no podía aparecer en el pueblo y decir que seguía viva. Para empezar habría tenido muchas cosas que explicar, y por otra parte (la más peligrosa), si la noticia de que el incendio de Olot tuvo supervivientes en el mismo piso llegaba a manos del clan de Gabrielle, ya habrían acabado conmigo.
–Tienes razón. Habrían ido a por ti, y puesto que desconocías el significado de tu Cruz Tutelar no habrías podido ampararte bajo un clan provincial –dijo Andreu.
–Así que volví a mi refugio, encendí unas velas y revisé los documentos: la escritura de nuestra casa, la de Olot, un libro que Sole me regaló, A Missummer Night’s Dream de Shakespeare, y un tercer documento muy desconcertante. El testamento de Marga, la anciana que me cuidó como una madre hasta el día de mi partida de Alicante, el mismo que el de su muerte.
–¡Eh! ¡Un refugio en el bosque! –Gritó entusiasmada Irene, como si fuera la primera vez que me oía mencionarlo–. ¿Qué es? ¿Una casa abandonada? ¿Una cabaña en un árbol?
–¡Irene! –Espetó enfadado Fernando–. Primero: esto es muy serio. Y segundo: Es un refugio anti-vampiros y nosotros somos vampiros.
–Es verdad –añadió Andreu más sereno–, además, dudo que una cabaña o una casa en ruinas vayan a alejar a un vampiro.
–Tranquilo, Fernando –dije en tono apaciguador–. El refugio está hecho contra vampiros enemigos. Vosotros podréis verlo si queréis, confío en vuestra palabra. Después de todo si hubierais querido matarme lo habríais hecho anoche cuando me encontrasteis inconsciente en el claro. Aún quedan varias horas de noche y el refugio no está a más de unos quince kilómetros de aquí, así que si queréis verlo hoy mismo será un placer enseñaros mi antro.
–Creo que lo mejor es que vayamos mañana –respondió Andreu en tono franco–. Hoy es preciso que todos, y sobre todo Irene, dediquemos lo que resta de la noche a beber algo. No conviene que una chiquilla sedienta se pase el día en la misma casa que una humana.
–Tranquilos –comencé a decir–, yo no pretendía abusar de…
–¡Tú te quedas! –Me interrumpió Amalia–. No me ha gustado nada que hayas empleado la palabra “antro” para describir tu refugio. A saber cómo es el cuchitril donde vives. Quién sabe si duermes en un colchón de paja.
–¡No es de paja! Es de heno, que está más fresco y no se clava tanto en la espalda… está bien. Me quedaré aquí –repuse seducida por la idea de tener a alguien semi humano con quien hablar y, sobre todo, un colchón decente sobre el que dormir–, pero sólo por hoy. Y mañana os llevaré a mi refugio para que veáis que no es ninguna ruina. Sin embargo esta noche me gustaría volver a él y traer ropa mía.
–¿Por qué? ¿No te gusta mi camisa?
–No, no es eso. Me encanta tu ropa y además, con sólo tres botones abrochados me hace un escote que me excita hasta a mí. Pero me parece mal llevar tu ropa, nos hemos conocido hoy mismo y quizá sea tomarme una confianza excesiva.
–¡Déjate de milongas! –Dijo, y me rodeó la espalda con un brazo–. Ponte en pie. Mírate el pelo, ¡cómo llevas el tinte! ¿Tú has visto cómo te asoman esas raíces? Vamos a darte un baño de color, hay quince cajas de ese tono en la habitación de abajo.
–¡Quince cajas! –Exclamé mientras entraba con ella en la casa–. ¿Tenéis quince cajas de tinte azul en casa?
–Sí. Sole lo compraba por lotes, la muy rácana decía que así ahorraba una pasta.
Rompí a reír.
Desde que Sole desapareció fue la primera vez que su nombre pasó por mi cabeza sin provocarme un llanto desesperado.

Durante lo que restó de la noche me teñí el pelo y charlé de esto y aquello con Amalia y Andreu mientras Fernando salía a enseñar a beber a su chiquilla. Volvieron casi al alba, cuando los demás estábamos ya con todas las ventanas cerradas y hablábamos en el salón a la luz de un candil. Irene atravesó el umbral de la puerta con andares saltarines, completamente eufórica.
La cara de Fernando, sin embargo, reflejaba un «qué he hecho» clarísimo.
–¡Buenas noches! –Canturreó Irene, que se sentó de un salto sobre el sofá más cercano alegre y con las mejillas sonrosadas.
–Se lo ha cargado, ¿verdad? –Dije a Fernando con indiferencia.
–Se la ha cargado –masculló–. A una cría de seis años, y mira que le advertí acerca de parar a tiempo.
–Te lo dije, Fernando, no sirves como padre –recitó Amalia, a imitación del tono con el que Irene había saludado y con el dedo índice levantado hacía giros juguetones.
–Cielo, ¿cuándo vamos a volver a cazar? –Preguntó Irene mientras se colgaba con sus brazos a los hombros de Fernando, como si todo aquel asunto no fuera con ella.
–¡Irene! –Gritó Fernando en tono de reprimenda al tiempo que la separaba de él–. No puedes ir por ahí matando a todas las presas. Imagina que cada uno de nosotros matara a alguien cada noche. Es muy difícil encubrir un asesinato en estos tiempos, la policía le dará muchas vueltas al asunto antes de dar a la niña por secuestrada, violada y asesinada, y los medios de comunicación se cebarán de la noticia. Eso si suponemos que no lograrán encontrar los restos carbonizados. ¿Lo entiendes?
–Sí, señor –dijo triste y con la mirada baja–, se me fue la mano, pero no volverá a ocurrir.
–No me llames señor –suspiró de nuevo–, no soy tu amo.
–Te equivocas –replicó Andreu mientras se levantaba del sofá y se dirigía a ellos–. Eres su amo, y si quieres que sea libre tendrás que enseñarle a serlo cuando deje de ser una neófita. –Puso sus manos sobre los hombros de Irene–. Pero primero tendrás que enseñarle a ser responsable y que todos sus actos acarrean consecuencias. Tranquila –dijo ahora a Irene–, Fernando va a ser un gran maestro –miró de reojo a Amalia–, un gran padre y todos nosotros le ayudaremos a que seas moderada y cuidadosa. No pasa nada, todos hemos matado y matamos a alguien de vez en cuando para sobrevivir, incluso Níobe. No importa, son gajes del oficio, pero debemos procurar que esto ocurra lo menos posible.
Es extraña la sensación de autoridad que infunde Andreu por todos sus costados. El clan es un grupo apátrida que trata de seguir un ideario anarquista, y por lo tanto ninguno tiene autoridad real sobre los otros. No hay ningún jefe, pero Andreu da al clan la voz de cordura y sabiduría con la que se había dotado a través de toda su experiencia.
Es el miembro más anciano del grupo, y eso se nota, ¡Vaya que si se nota! Sin duda su vida son dos siglos muy bien aprovechados. Cuando no está enfadado es tan cuerdo, justo y moderado que a veces me cuesta creer que sea un vampiro. Incluso yo, humana, era más desmedida que él. Aunque claro, eso tampoco es mucho decir, si tenemos en cuenta que había sido criada por un vampiro y con la moral de un vampiro, lo suficientemente escasa como para que la muerte de aquella niña me importara más bien poco. A fin y al cabo, son gajes del oficio, ¿no?

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